El Hno. Mario Vermi ha nacido en Chiari, provincia de Brescia, el 30 de mayo de 1938. Era el primero de ocho hermanos. Años más tarde confesará que había mandado una doble solicitud de admisión: a la policía y a los misioneros combonianos. Estos respondieron primero y por eso decidió hacerse comboniano. Estudió en nuestro seminario menor de Crema y después volvió a casa por dos años. A los 19 años renovó la solicitud de seguir el camino con los combonianos. Lo mandaron a Pellegrina, donde había una escuela para Hermanos y consiguió el diploma de perito agrario. Por un tiempo pensó en ser sacerdote, pero después entró en el noviciado de Gozzano con la intención de hacerse Hermano. Emitió los primeros votos el 1 de noviembre de 1960 y los perpetuos, estando ya en Uganda, en la misión de Morulem.
Había llegado a Uganda en 1963, el día de su 25° cumpleaños, destinado a la tribu de los karimoyón. En Karamoya trabajó sobre todo en las construcciones, entre las cuales el hospital de Matany y la leprosería de Morulem. Se dedicó también a la preparación técnica de los jóvenes, hijos de aquel pueblo de pastores. “Muchos de ellos –decía–son hoy buenos albañiles, mecánicos y carpinteros, gracias, entre otras cosas, a mi ayuda”.
En enero de 1988, el Hno. Mario, después de 24 años en Uganda, regresó a Italia, donde permaneció solo por un año en la comunidad de Casavatore (Nápoles).
En 1989 partió de nuevo para la misión, esta vez en Kenya, trabajando en Kapenguria, Amakuriat, Katilu y Lokori, principalmente, como encargado de la casa y ecónomo.
“He encontrado al Hno. Mario – escribe el P. Franco Moretti– en los años noventa del siglo pasado. He vivido con él siete años en la misión de Lokori (Turkana, Kenya). Era bonito estar con él. Un poco gruñón, pero sabía siempre quererte bien. Y tú sabías que, después de un desahogo, él seguía siendo el mismo Mario: podías acercarte a él sin temor. Era el clásico Hermano “factótum”. Era práctico en muchas cosas. Dirigía el taller mecánico de la misión de manera excelente. Amaba a sus obreros y ellos le querían mucho. Mario era un hombre justo. Lo primero que quiso hacer, cuando lo nombraron ecónomo de Lokori, fue revisar el salario de los trabajadores. “Si ustedes quieren infra-pagar a sus catequistas, es asunto de ustedes, curas. Mis trabajadores deben recibir un salario justo: digamos, dos o tres veces lo que el gobierno sugiere”. Además de la justicia, cultivaba también la generosidad. Pequeñas cosas, pero que no faltaban nunca. Aunque solo fuese un poco de tabaco ofrecido a un anciano turkana. O algo de alimentos para una anciana enferma que venía a atormentarlo con sus peticiones de ayuda.
Pasaba de la mecánica a la electrónica con gran facilidad y, si era necesario construir algo, a lo mejor después de gruñir un poco, ahí estaba él, dos días después, con un plano y el presupuesto del material necesario.
Tenía también amigos entre los ngorokos, los jóvenes guerreros turkana que practican el “deporte” de las razías. Conocía bastante bien la lengua turkana y se decidió a compilar un diccionario turkana-inglés. Fue en aquella ocasión que, sobre todo para que le ayudaran a meter los vocablos en la computadora, enseñó a los jóvenes a usar algunos programas y ellos fueron los primeros expertos en computación de todo el territorio turkana, en los primeros años noventa. En el 2006, el P. Raffaele Cefalo hizo imprimir algunas copias del diccionario, que, aunque no era completo, resultó útil en el contexto local.
Con los co-hermanos, el Hno. Mario era un poco rudo, pero bajo la dura costra, tenía un corazón atento y a veces tierno. Cuando alguno estaba para salir en visita misionera, le controlaba el carro en todos los detalles; cargaba un poco de comer, agua para beber y cocinar, un colchón, mantas y, sobre todo, se informaba de lugar al que el misionero iba y del camino que tenía que hacer… No se sabe cuántas veces ha tenido que ir a rescatarnos, porque habíamos quedado atrapados en la arena, en un rio o a causa de algún otro problema. Las distancias eran notables y él, si tardabas en volver a la tarde, esperaba una hora y después saltaba en su carro (a pesar de sus males a la columna) y salía. Recuerdo que me ha rescatado varias veces, alguna vez después de medianoche. Después, con el transcurrir del tiempo, empezó a tener problemas de salud, quizá también porque padecía un “cansancio agudo”… Regresó a Italia, pero, después de un año, pidió partir de nuevo y fue mandado a Sudán Sur. Obviamente, no podía durar. En efecto, apenas un año después, estaba de nuevo en Italia. Pasaba de una comunidad a otra, preocupado por su salud, cansado. En un momento de orgullo en mayo del 2005 pidió volver a la misión. Fue destinado a la comunidad de la casa provincial de Kampala (Uganda). Siete meses después estaba en Brescia, donde se sometió a curas médicas. Después estuvo dos años en Florencia y, por fin, siete años en Rebbio.
En julio del 2014 lo llevaron a Milán, donde transcurrió los últimos meses y donde murió el 27 de noviembre del mismo año”.
Como conclusión reproducimos un párrafo de la homilía del P. Lino Spezia en su funeral. “Entre tantos momentos especiales del Hno. Mario quisiera recordar el último, por como ha sabido vivir su enfermedad. Ha dado un testimonio fuerte de serenidad y de lucidez, pero sobre todo de una fe adulta, misionera y profunda. La enfermedad le había hecho más sensible y atento a las exigencias y derechos de los enfermos. Eran de admirar el valor y la fe que acompañaban sus palabras y su experiencia”.