El P. Paolo Tabarelli había nacido en Faver, provincia de Trento, el 4 de febrero de 1947. Durante el bachillerato se sintió atraído por los misioneros combonianos, pero, antes de entrar en el noviciado, decidió salir del Instituto e hizo el servicio militar como alpino. Al final, había ya comenzado a trabajar como técnico en un negocio de electrodomésticos, cuando decidió volver a los combonianos: emitió los primeros votos en 1978 y los perpetuos en 1981.
Ordenado en el mismo año, fue destinado enseguida al Congo (entonces Zaire). Transcurrió los tres primeros meses en la misión de Rungu para aprender la lengua (el lingala), la cultura y los usos y costumbres de la gente de las tribus del Nordeste. Los compañeros se dieron cuenta pronto de su seria preparación bíblico-teológica, así como de sus dotes técnicas, y comenzaron a pedirle diversos servicios.
Su primera misión fue la de Ango, entre los azande, donde fue párroco y se distinguió pronto por su lenguaje claro y tajante contra las injusticias, hasta el punto de molestar a las autoridades y de ser controlado por los agentes de la ANR, Agencia Nacional de Información (el KGB local).
Vuelto a Rungu, el P. Paolo se ocupaba del funcionamiento de la central eléctrica y de la formación técnica de los forgerons sans frontières (artesanos-herreros sin fronteras), un nombre irónico que había escogido para los muchachos de la calle a los que había dado un refugio y una formación práctica como técnicos en el sector electrónico y electro-técnico, que les permitiese ganarse la vita con dignidad. Se había ocupado de los jóvenes en varios lugares: Ango, Dungu, Kinshasa, Kisangani e Isiro, dejando jóvenes técnicamente capaces. En Dungu había empezado una experiencia de inserción entre la gente, viviendo y trabajando con ellos, huésped de la familia de Kino, uno de sus mejores alumnos.
En Rungu había tomado a pecho el estado de la central eléctrica, de la turbina Kapplan y de la red de distribución de la corriente, con particular atención al hospital. También aquí (aunque mantenía en la misión una habitación y un taller) decidió vivir con sus forgerons, entre la gente, adquiriendo un terreno y construyendo para ellos casitas; se preocupaba sobre todo de los pobres y de los marginados.
Jonathan, por ejemplo, era un niño proveniente de Niangara, que había sido considerado por sus padres un ndoki (portador de mala suerte) y, por tanto, alejado de la familia. El P. Paolo lo recogió de la calle en condiciones desesperadas, hizo que lo curaran en el hospital, ayudado por las voluntarias del COE (Centro de Orientación Educativa), hasta que recuperó la salud y las ganas de vivir. Después lo acogió entre los forgerons, acompañándolo con paciencia. Para él, como para tantos otros, el P. Paolo ha sido verdaderamente padre y madre, y así era considerado por ellos, que afectuosamente lo llamaban “viejo”. Masudi, uno de ellos, ha dicho que el P. Paolo ha sido verdaderamente padre para él y para todos los forgerons, a los que ha dado trabajo y dignidad, ayudándoles en las dificultades y defendiéndolos.
Debemos decir que su modo de vivir entre la gente y las decisiones que tomaba sobre su ministerio, claramente fuera de los esquemas convencionales, suscitaba no pocas perplejidades y contrastes con los compañeros y superiores. Escuchemos, sin embargo, el testimonio del Hno. Duilio Plazzotta.
“Ha sido un profeta de nuestros días. Como todos los profetas, ha alzado la voz y denunciado los abusos y las injusticias contra los pobres y marginados. Llevaba consigo el dolor de todos, se preocupaba y defendía a los más débiles, aunque no tuvieran razón. Era claro para él que la Iglesia debería cambiar, convertirse, salir de los esquemas tradicionales de las parroquias para hacerse cargo de las ovejas “galeuses” (con la sarna), que son la mayoría absoluta de los cristianos, que no tienen simpatía por la Iglesia y tienen otros intereses, y son un reto frecuentemente ignorado. Buscaba siempre sacudir a los compañeros en sus ideas, meter en sus cabezas la duda sobre su estilo de pastoral y de promoción humana.
El primer encuentro con el P. Paolo podría ser traumático, porque su lenguaje colorido y directo podría ser percibido como una ofensa, pero después, cuando se comenzaba a conocerlo, se comprendía que el corazón era de otra pasta. Amaba a los africanos, aunque no dejaba de insultarlos (como hacía con sus compañeros) y, más allá de las invectivas, todos podían contar siempre con él y con su servicio. No se reservaba nada para él.
Dotado de una inteligencia viva y casi “genial”, tenía un bagaje bíblico-teológico e intelectual notable, que le gustaba cultivar, sobre todo, en las noches, cuando estaba más libre para concentrarse con calma. Conocía bien el hebreo y el griego. En las homilías sabía dar contenidos profundos en modo claro y tajante. Se prestaba con gusto para las celebraciones eucarísticas en el hospital y para las religiosas dominicas que lo consideraban su capellán.
Le gustaba también dedicarse a la agricultura. En la biblioteca de Rungu, había revistas y textos dejados en herencia por los dominicos; entre otras, revistas de agricultura de los tiempos de la colonización belga. El P. Paolo era el único que las leía y sabía sacarle provecho. Conocía los terrenos y las carencias de humus debidas a las continuas lluvias. Le gustaba plantar árboles y no sólo frutales. Sabía cómo hacer germinar un coco para tener un nuevo árbol.
Con el cierre de Rungu, fue destinado a la comunidad de Mungbere, pero quiso seguir ayudando, además de al hospital de Mungbere, al de Rungu y cuidar la central eléctrica, al tiempo que seguía a los forgerons. Por ello alternaba períodos en Mungbere y períodos en Rungu.
El Domingo de Ramos, el P. Paolo fue llevado de urgencia al hospital y operado de una hernia estrangulada. Parecía que se estaba recuperando, pero después tuvo dos colapsos. El P. Raphael, el párroco, le administró la Unción de los Enfermos. Después la situación precipitó y el 31 de marzo, poco después del mediodía, el Señor lo llamó a sí.
El cuerpo ha sido llevado a Isiro. La Misa de exequias ha sido celebrada por Mons. Julien Andavo Mbia, obispo de Isiro, con 25 sacerdotes con-celebrantes, muchos cristianos y religiosos. Al lado del ataúd varios bancos estaban ocupados por sus muchachos, los que había recogido de la calle, acompañados y formados como buenos técnicos. Algunos, como Masudi, Tonton y Kino, avisados por teléfono, venían de Durba y Dungu y habían viajado un día y una noche en moto para estar allí y saludarlo por última vez.
El obispo en su homilía habló de su amistad con el P. Paolo y de la gratitud por cuanto había hecho por la gente, por los pobres y por su presencia estimulante para la Iglesia de Isiro y la misión de Rungu especialmente.
Después de la Misa, todos –obispo, sacerdotes, religiosos y religiosas y una multitud de amigos y cristianos– acompañaron al P. Paolo hasta Magambe (3 Km), donde ha sido sepultado en el jardín interno de la casa de la comunidad comboniana, junto al novicio Magloire (también él muerto en Rungu hace algunos años), no lejos de la pequeña capilla “memorial” de los cincuenta años de presencia comboniana en el Congo y del martirio de los compañeros durante la rebelión simba de 1964 (tres de ellos asesinados en Rungu).