Nació en Riva del Garda (Trento) el 29 de junio de 1923. Entró con los Combonianos y emitió sus primeros votos el 12 de octubre de 1942 en Florencia. Pasó a Verona para los estudios de teología y fue ordenado sacerdote el 7 de octubre de 1947. Trabajó un año en la redacción de la revista y luego fue destinado a Sudán.
Ahí trabajó en la misión de Cukudum entre 1950 y 1953 y en la de Kapoeta entre 1953 y 1963, en el vicariato de Juba. Recordando sus primeros años de experiencia misionera en Sudán en tiempos de la colonización inglesa, dice que entonces los sudaneses gozaban de paz y libertad y las misiones tenían sus escuelas, clínicas y otras obras de promoción y desarrollo humano y social. Con la llegada de la dominación musulmana, en 1956, comenzaron las dificultades para los misioneros cristianos. Fueron impuestas restricciones cada vez más severas y, con el pasar del tiempo, llegaron a prohibir a los misioneros que salieran de sus misiones y de evangelizar a la gente. Quienes violaban estas reglas eran expulsados inmediatamente. La situación se vuelve cada vez más imposible. El motivo era que no se querían más misioneros que obstaculizaran, con su simple presencia, el plan del gobierno de imponer el islam entre los negros del sur. En enero de 1963 el P. Maccani fue expulsado de Sudán del Sur.
El P. Bruno pasó dos años de ministerio en Troia (Italia) y en Bradford (Inglaterra). Luego se preparó para ir a Etiopía.
De un artigo del P. José Luis Lizalde que entrevistó en Tullo el P. Maccani para la revista Mundo Negro en mayo del 2001.
El P. Bruno fue, junto con el P. Bruno Lonfernini, el fundador de la misión entre los sidamo. El P. Lonfernini murió hace un año (l999) y ahora queda sólo el P. Maccani como testigo fiel de aquellos primeros años de trabajo pionero. En Etiopía los superiores habían pedido a ambos la fundación de la misión católica entre los Sidamo en el sur del país. Los dos misioneros se habían dado cuenta que había llegado el momento tan esperado y se establecieron entre los sidamo. El P. Lonfernini, conquistado desde el principio por la belleza de Tullo, abrió la primera misión ahí, mientras el P. Maccani, siguiendo la antigua pista italiana, llegó a las montañas de Fullasa que coronaban el lago Awasa y echó los cimientos de una segunda misión. La zona era densamente poblada. Los Yanase, que ahí vivían, se presentaron aparentemente como gente dura y primitiva, pero el P. Maccani descubre los valores positivos y espirituales de este pueblo.
En un primer momento, el P. Maccani vive en una tienda, mientras construye con sus propias manos una cabaña de palos y láminas. Pero dedica sus más grandes esfuerzos a aprender la lengua. No existen diccionarios o gramáticas. Sólo algunas notas que los italianos habían dejado por escrito le sirvieron como punto de partida. Su maestro fue un anciano leproso, desfigurado por la enfermedad pero de una gran sensibilidad interior y de una profunda agudeza de espíritu. Le enseña los secretos de la lengua sidamo y, sobre todo, le permite inserirse en el mundo de los ancianos.
El P. Maccani se vuelve práctico de la lengua y prepara una gramática y algunas traducciones, mientras que el P. Lonfernini se dedica a la traducción de los textos litúrgicos.
El P. Maccani permaneció nueve años en Fullasa y su trabajo produjo frutos abundantes. Actualmente (recordamos que el artículo se escribió en el 2001) lo misión cuenta con 23.000 católicos. Impresionado por la maciza presencia de hombres adultos y ancianos. El misionero revela el secreto de su éxito. “Estaba convencido –dice- de deber trabajar con los ancianos dado que eran custodios de la tradición y de aquellos que dirigían toda la vita de la sociedad”.
Después de haber aprendido la lengua, el P, Maccani decidió conocer su cultura, porque estaba convencido que eso obtendría un grande estima de parte de la gente. Prepara las homilías junto con su profesor leproso y deja que los ancianos las comenten.
Dedica además una atención particular a la preparación de familias verdaderamente cristianas, tarea en la que alcanzó resultados sorprendentes. Las jóvenes esposas eran propiedad del marido, que había tenido que pagar una dote notable por ellas. Se transformaban así en mano de obra y conducían una vida de semi-esclavitud. Muchos de ellas huían de casa, abandonando a sus hijos. El misionero les hace comprender las ventajas del matrimonio cristiano porque prohíbe maltratar a la mujer y pide más respeto y amor.
No obstante todo el trabajo y las preocupaciones, el padre es considerado ante todo un predicador de la Palabra de Dios, un mensajero de amor. “Siento – dice – una profunda alegría ser misionero y trabajar como tal… Mi satisfacción más grande es haberles hecho entender que Dios es amor. Imagínense la sorpresa de haber sabido que podían llamar ‘Abba’ (Padre) a Dios como Jesús nos ha enseñado”.
Asignado a Italia en el 2015 fue acogido en el centro para ancianos y enfermos de Castel D’Azzano donde murió el pasado 19 de agosto.
Testimonio del P. Julio Ocaña Iglesias, actual provincial de Etiopía.
Oímos hoy de la muerte del P. Bruno Maccani. Dios lo llamó a la edad de 92 años, 42 de los cuales transcurridos en Etiopía, evangelizando a los sidamo. Si sumamos los 13 que trabajó en Sudán, se puede decir que sus 61 años gastados en la misión africana representaron para él una gracia que va más allá de sus expectativas. El padre no ocultaba su grande alegría de haber sido un misionero en África y para África.
Agradecemos a Dios por el P. Bruno y, en este 50º. aniversario del nacimiento del vicariato de Hawasa, que coincide con la llegada de los padres Bruno Lonfernini y Bruno Maccani, alabamos al Señor por los frutos que ha concedido a este fiel servidor del Evangelio que ha dado vida y ha nutrido por largos años la comunidad de fe en Etiopía entre los sidamo.