El martes 31 de mayo del 2016 el P. Luigi Generoso, superior de la comunidad comboniana de Rebbio hasta el 31 de enero del mismo año, murió en el centro para misioneros ancianos y enfermos de Castel d’Azzano, a pocos kilómetros al sur de Verona.
Enfermo desde hacía casi un año continuó con su ministerio hasta que las fuerzas lo abandonaron. Después de haber dejado la coordinación en manos del P. Roberto Pegorari, se quedó en Rebbio hasta que, luego de agravarse, fue enviado a una comunidad en la que habría podido ser asistido día y noche.
Murió el día de la fiesta de la visitación de María a santa Isabel, icono del servicio fraterno. Fue ésta precisamente la característica fundamental del P. Luigi, siempre listo para ayudar, servir y acoger a todos los que encontró en su vida misionera.
Nacido en Pozzo d’Adda, provincia de Milán, el 26 de diciembre de 1937, fue ordenado sacerdote el 28 de junio de 1964 y, luego de un año de estudio del inglés en Inglaterra, fue destinado a Uganda, donde transcurrió la mayor parte de su vida misionera y donde, escribieron su paisanos, “trabajó intensamente toda una vida. En tus cartas nos hablabas a menudo de tus safaris por las 66 capillas que visitabas con tus hermanos de comunidad a bordo de tu mítica moto PikiPiki para organizar encuentros, preparar catequistas, guiar momentos de oración, ceremonias, celebraciones eucarísticas, administrar los sacramentos, cada vez acompañados, precedidos y seguidos de cantos y danzas interminables, siempre alegres y festivos. Era tu vínculo fuerte con cada fiel que encontrabas, un compartir total de vida. Nos contabas también de grandes pobrezas, de miseria, enfermedades, de actos de guerrilla cada vez más numerosos y devastadores”.
Volvió a Italia por dos periodos; de 1973 a 1981, llamado a Padua como formador de los jóvenes aspirantes combonianos, y a partir del 2003 como superior primero en Lucca y luego en Rebbio.
Durante seis años y medios que pasó en Como se hizo apreciar por su apertura y capacidad de estrechar relaciones con todos, hermanos, sacerdotes, religiosos y a todas las personas que encontraba.
“Me parece poder decir que el P. Luigi encarnó y vivió su apellido, ‘Generoso’, ha dicho el P. Gino Melato que vivió dos años en la comunidad de Rebbio. “Siempre el primero en todo; siempre incansable; siempre disponible. Y esto no sólo en la vida interna de la comunidad, sino también en las relaciones con los sacerdotes diocesanos que pedían su colaboración en la pastoral. El P. Luigi no perdía la ocasión para inculcar, con su ejemplo y con su palabra, la práctica de la caridad. ‘Sean buenos… comprensivos… benévolos en el juzgar, perdónense’.
Puso todo su empeño en sostener las iniciativas de la comisión de los superiores de las comunidades religiosas en nuestra diócesis. También con los párrocos tuvo relaciones de amistad e hizo siempre todo para que todas sus solicitudes de ayuda fueran atendidas poniéndose a su disposición y animando a los hermanos a hacer lo mismo.
El sábado y el domingo por la mañana celebraba en las parroquias de Carate, Urio, Laglio y Brienno para dar una mano al párroco, don Maurizio Uda, pero a veces hacía que los sustituyeran hermanos de la comunidad para poder ayudar a otros párrocos que se lo pedían y, de este modo, se hizo conocido en toda la diócesis. A donde quiera que fuera contagiaba a todos con su simpatía, su fe profunda, y el amor sincero hacia todos pero sobre hacia los más pobres, según el carisma de san Daniel Comboni.
Estos valores, presentes en su vida siempre, se pusieron de manifiesto con ocasión de la primera emergencia de los prófugos provenientes de Libia en la primavera del 2011, cuando abrió las puertas de la comunidad comboniana de Rebbio para acoger a unos 20 jóvenes, pakistaníes en su mayoría.
“No hay motivo para llorar la muerte del P. Luigi – concluimos con las palabras del P. Pietro Bracelli otro hermano de la comunidad de Rebbio – porque era ya rico con la santidad de vida vivida como misionero. Sólo que nos sorprendió y apena la rapidez de su enfermedad. Él personalmente era consciente y vivió los últimos tres meses con serenidad y abandono en Dios”.