El P. Tarcisio nació en Serravalle di Carda en el ayuntamiento de Apecchio el 15 de febrero de 1934, el último de seis hermanos. "En familia – escribió en sus memorias – se rezaba el Rosario todas las noches y yo era monaguillo. De la infancia recuerdo la gran guerra, la línea gótica que pasaba por mi pueblo. Los alemanes ocuparon dos habitaciones de la casa. Los partisanos buenos y malos saquearon nuestra tienda de ropa. La detención de mi padre Francesco en un registro”.
En 1946 ingresa en el seminario de los combonianos de Pesaro y, siguiendo el proceso de la época, realiza la escuela intermedia en Pesaro, el gimnasio en Brescia, el noviciado en Florencia, el Liceo en Verona y la teología en Venegono Superiore (Milán). En los estudios no era brillante, como él mismo dice: mis superiores escribieron en sus expedientes "es un buen muchacho pero más amigo del destornillador que de la pluma".
Fue ordenado sacerdote en 1960 en la catedral de Milán y su primer destino fue Pordenone, donde permaneció hasta 1964. Fue enviado a Inglaterra, a Sunningdale, para un curso de inglés. Destinado a Uganda, en septiembre de 1965 llegó a Kitgum (Norte de Uganda) entre los Acholi donde vivió durante más de 50 años.
"Cuando pienso en el P. Tarcisio Pazzaglia no puedo evitar volver atrás en el tiempo instintivamente. Aunque lo había encontrado, por última vez, hace unos meses, durante una vigilia misionera en Pesaro, los recuerdos de su persona, grabados en el corazón y en la mente, volvieron al principio de los años 80, cuando estudiaba teología en la capital de Uganda, Kampala. Fue allí donde conocí "Loyarmoi" (el "gran orador"), nombre Acholi atribuido al padre Tarcisio. Fue este extraordinario misionero comboniano quien me introdujo a la cultura de los pueblos nilóticos. Las personas mayores en esas partes reúnen a los jóvenes alrededor de un fuego para transmitir su sabiduría ancestral, para contar las historias del pasado y las hazañas extraordinarias de los antepasados. Yo, tuve la suerte de hacer más o menos lo mismo, pasando mucho tiempo con el P. Tarcisio que me introdujo a la ardua y gradual comprensión de las culturas a años luz de nuestra imaginación. Con él pude viajar a lo largo y ancho del vasto territorio de Uganda septentrional; un día él me llevó a lo largo de una de las orillas del río Asswa y allí encontramos, además de los soldados, un número incontable de monos. Me explicó que la etnia Acholi tiene una teoría opuesta sobre estos primates a la darwiniana. Los hombres no descienden de los monos, sino que al contrario estos animales eran originalmente niños que, cansados de trabajar en el poblado, huyeron al bosque y pasaron su vida vagando. Según los Acholi, los movimientos de los monos no son más que un legado que se transmite de generación en generación por aquellos vagabundos que prefieren la sabana a las fatigas de los campos.
P. Tarcisio siempre ha sido lo contrario: todo adrenalina, fervor, entusiasmo e ímpetu en el anuncio y testimonio del Evangelio. En sus más de 50 años de vida misionera, abrió un número innumerable de escuelas, dispensarios, iglesias y capillas, convirtiéndose si necesario en albañil, carpintero, enfermero, además de ser siempre un celoso pastor de almas. Tenía un hobby al que nunca renunció, el de los rodajes, primero con el Super8, luego con las tele-cámaras. Ha rodado muchos documentales sobre los usos y costumbres de los Acholi y video subsidios para la catequesis de jóvenes y adultos.
Desde el principio de los años '90, en particular, se empeñó en defender los derechos humanos contra las aberraciones perpetradas por los "olum" ("hierba" en lengua Acholi), los famosos rebeldes del Ejército de Resistencia del Señor. Entre los rebeldes y el gobierno fue adelante durante veinte años una guerra absurda y olvidada por el mundo y los que pagaban eran miles de niños y niñas obligados a luchar bajo pena de mutilación de oídos, nariz, labios y dedos. Todas las tardes, en las parroquias del P. Tarcisio, las de Pajule y Kitgum, cientos de jóvenes llegaban de las aldeas cercanas buscando protección por la noche, momento en el que los Olum intentaban secuestrarlos.
Nuestra amistad aumentó a lo largo de los años, especialmente cuando el 28 de agosto de 2002 nos secuestraron en Tumangu, no lejos de Kitgum, junto con José Carlos Rodríguez Soto. En aquella circunstancia juntos nos enfrentábamos, repetidamente, con "la hermana muerte"... aunque entonces – como dijo P. Tarcisio – "no se nos consideró dignos de martirio". Fue él quien me absolvió justo antes de llevarnos ante el pelotón de fusilamiento. Y si conseguimos salvarnos, milagrosamente, fue porque los tres invocamos la intercesión del P. Raffaele di Bari, asesinado por los mismos rebeldes (LRA) el 1 de octubre de 2000. El P. Tarcisio era un auténtico casco azul de Dios que consumió su vida por la causa del Reino.
(P. Giulio Albanese).