In Pace Christi

Benjumea Ramos Juan

Benjumea Ramos Juan
Fecha de nacimiento : 29/03/1938
Lugar de nacimiento : Paradas (España)
Votos temporales : 18/03/1972
Votos perpetuos : 15/08/1978
Fecha de ordenación : 06/01/1990
Fecha de fallecimiento : 21/09/2018
Lugar de fallecimiento : Moncada (España)

Juan Benjumea Ramos nació el 29 de marzo de 1938 en Paradas, un bonito pueblo de casas blancas de la campiña sevillana, al sur de España. Sus padres, Antonio y María del Carmen, tuvieron siete hijos, cuatro chicos y tres chicas, siendo Juan el quinto de ellos. Se trataba de una familia cristiana, humilde y tradicional, con un padre exigente y una madre ocupada en los trabajos de la casa y la educación de los hijos. Como todas las familias de Paradas, vivían esencialmente de la agricultura. A Juan le tocó muy pronto trabajar en el campo. Antes de cumplir los 10 años dejó la escuela para acompañar a su padre y a sus hermanos en la cosecha de la aceituna, del algodón y del maíz, en la siega o en la cría de cerdos. Estos animales, cuando tan solo tenía 13 años, le transmitieron la llamada “fiebre del chinchorro” que le provocó la pérdida total de audición en uno de sus oídos. Este hándicap le acompañó y le condicionó toda su vida. Ya en estos años de niñez empezó a trabajar como aprendiz de carpintería.

Sus inquietudes taurinas comenzaron muy pronto. Desde los 12 años salía a los tentaderos en ganaderías cercanas como las del Conde de la Maza o de José Benítez Cubero. Tenía valor y no lo hacía nada mal, así que el pequeño Juan comenzó a alimentar el sueño de convertirse en figura del toreo para ganar dinero y ayudar a su familia. Los suyos no le apoyaban en esta faceta y a los 16 años se escapó de casa con un amigo con destino a las capeas de Valencia. Se fue sin dinero, sin documentos y sin más ropa que la puesta. Le tocó pasar hambre y vérselas con la policía hasta que consiguió hacerse sitio en la plaza de toros portátil de Beniganim, localidad valenciana donde hizo muchas amistades.

De vuelta a casa aguantó el chaparrón de reprimendas por parte de su familia, pero no consiguieron arrancarle su deseo de triunfar en los toros. Con 18 años se escaparía de nuevo de casa, esta vez a Salamanca. Toreo y trabajo definen los años de su juventud. Trabajó nueve meses como carpintero encofrador en las obras del estadio Sánchez Pizjuán de Sevilla y alcanzó cierto renombre como domador de caballos en la yeguada del conde de Aguilar, pero los toros eran su verdadera obsesión. Toreaba becerradas populares por los pueblos hasta que se vistió de luces por primera vez en una novillada en la plaza de toros de la Maestranza de Sevilla. Era el verano de 1956. Enseguida comenzó a torear en plazas de talanqueras montadas en Móstoles, Mocejón, Fuente la Higuera o en su mismo pueblo, Paradas, hasta que el servicio militar en San Fernando (Sevilla) cortó un poco su trayectoria taurina.

Lucha interior entre sus dos vocaciones

Juan nunca abandonó su fe cristiana, participaba en la Eucaristía y se confesaba con frecuencia, pero un momento particular en su camino de fe será la experiencia vivida durante los cursillos de cristiandad que realizó en Los Negrales (Madrid) en 1961. Tenía 23 años. Escribe Juan en sus memorias: “Recuerdo algo así como verme corneado y zarandeado y desde entonces me puse incondicionalmente a disposición del que me revolcó: Jesús”. Comenzaba para él una lucha interior entre sus dos vocaciones, el toreo y el compromiso cristiano. Estos años participó en diferentes comunidades cristianas en Madrid y en Sevilla, como las Hermandades del Trabajo en las que  profundizaba la Palabra de Dios y su aplicación a la realidad social, política y religiosa. Al mismo tiempo, continuaba toreando. Lo hizo con frecuencia en la plaza madrileña de Vista Alegre y finalmente en la plaza de toros más importante del mundo: Las Ventas de Madrid. Fue la noche del 7 de agosto de 1965, pero las cosas no salieron bien para Juan, que protagonizó una actuación más bien discreta delante del novillo de Miguel Zeballos. Aunque había gente que seguía confiando en él, Juan decidió tomar la decisión libre y personal de dejar los toros. No solo había sufrido demasiadas cornadas e injusticias sino que, como más tarde escribiría en sus memorias, se dio cuenta de que “en el mundo de los toros no encontraría jamás lo que buscaba: la libertad en el servicio y la gratuidad”. Aunque vivió esta ruptura como una retirada a tiempo, nunca dejó de ser torero.

Vivió dos años en una pensión en Madrid trabajando como pintor y empapelador. También hizo un curso de carpintería metálica y cerrajería artística y retomó los estudios primarios que había abandonado en su niñez. Más tarde se trasladó a Sevilla. Había conocido la revista Mundo Negro gracias a un amigo, el escultor Juan Abascal, así que se puso en contacto con los Misioneros Combonianos. Poco tiempo después, el promotor vocacional Manuel Toca y el joven misionero Isidro Sanz vinieron a verlo a Sevilla y le abrieron la posibilidad de comenzar su formación como hermano.

Búsqueda espiritual

Su familia tampoco lo apoyó en esta ocasión, pero Juan había cumplido ya 30 años y en septiembre de 1968 se presentó libremente en la casa de los Misioneros Combonianos de Moncada (Valencia). Le impresionó ver a tanta gente, unos 140 estudiantes, novicios y postulantes. Solo los postulantes de su promoción eran cerca de 40 jóvenes, siendo Juan uno de los más mayores. Su experiencia en cerrajería le permitió fabricar junto al hermano José Díaz un centenar de mesas de estudio y varios armarios para la nueva casa. Al principio Juan se adaptó con facilidad a la vida del postulantado, pero con el paso de los meses comenzó a manifestar una cierta insatisfacción: “Todo me parecía infantilismo y lo que no pude resistir fue la toma de hábitos. ¡No me veía metido en una sotana!”. Decidió salirse. El padre Juan Bressani veía en él una vocación clara y le dejó las puertas abiertas por si decidía regresar.

Se instaló en Madrid y con dos amigos montó un taller de pintura y decoración que le permitió vivir holgadamente. Juan continuó su búsqueda espiritual. Entró en contacto con los Hermanitos de Foucault y visitó varias ocasiones el Pozo del tío Raimundo donde trabajaba el famoso jesuita padre Llanos. También continuó el contacto con los Combonianos de Moncada y en septiembre de 1970 reinició su formación. Un año de noviciado lo pasó en Barcelona donde realizó una formación profesional acelerada en albañilería.

En marzo de 1972 hizo sus primeros votos y en contra de sus deseos de “ir a misión”, su primer destino fue la comunidad de Santiago de Compostela, donde comenzaban los trabajos del seminario menor. También aquí su experiencia profesional fue de gran ayuda. Fueron cuatro años intensos de trabajo y de animación misionera por toda Galicia que no apagaron sus dudas vocacionales. Tentado por un cierto idealismo de pobreza y gratuidad radicales, en octubre de 1975 quiso hacer las maletas para ingresar en una comunidad con los Hermanitos de Foucault, pero la obediencia a su director espiritual y al superior provincial, padre Enrico Faré, se lo impidieron. Había sido destinado a la provincia comboniana de Ecuador y ese mismo mes emprendió un viaje de 19 días en barco. En Guayaquil fue acogido por el viceprovincial, padre Dino Bonazzi, que lo llevó en camioneta hasta Esmeraldas, la zona costera del norte de Ecuador. Juan realizó numerosos trabajos en Esmeraldas hasta su destino a la nueva misión de El Carmen, en la provincia de Manabí, junto a los padres Jorge Bevilacqua y Juan Riva. La casa que les asignaron estaba en muy mal estado y Juan pasó los primeros meses dedicado a numerosos arreglos en ella. Luego empezó sus salidas regulares a las cerca de 200 comunidades cristianas del interior. Pasaba semanas enteras fuera de comunidad visitando a la gente, durmiendo en sus casas, comiendo lo que le dieran y lavándose en los ríos. El 15 de julio de 1978, fiesta de la patrona de la parroquia, Juan emitió sus votos perpetuos.

Los padres Enea Mauri y Luis De Giorgi llegaron a la parroquia para apoyar el crecimiento de las comunidades. Se abrieron escuelas, capillas, puentes y hasta un centro de salud sin grandes aportaciones del extranjero, solo con la ayuda de la gente. A Juan le animaba su compromiso radical a favor de los pobres. Escribe en sus memorias: “Me declaro enemigo del dinero, de las riquezas, del capitalismo, y no me cansaría nunca de luchar para crear un nuevo estilo de Iglesia comunidad pobre, una Iglesia de los pobres. De lo contrario seguiremos construyendo sobre arena… nada evangélico, donde Jesús nos recordaría que somos unos necios”.

De Hermano a sacerdote

Además de su trabajo específico de hermano construyendo y arreglando todo lo que podía, también animaba espiritualmente las comunidades. Algunos le pedían el sacramento de la confesión y Juan comenzó a plantearse la posibilidad de ordenarse sacerdote. Veía que la gente se lo pedía y él no podía resistirse. En 1982 se lo comunicó a sus superiores, pero muchos no lo entendieron y lo criticaron abiertamente. Juan tenía ya el plan de abandonar la congregación y estudiar con la ayuda económica de sus numerosos amigos en Las Cejas (Colombia), pero los padres Juan Fantin y Eugenio Arellano, provincial y viceprovincial de Ecuador en ese momento, le apoyaron y la provincia elaboró un plan de estudios para que en cinco o seis años pudiera ordenarse sacerdote. Juan regresó a España y pasó un año en San Sebastián para obtener su Graduado Escolar. Al año siguiente intentó obtener en Granada el título de acceso directo a la universidad para adultos pero no pudo conseguirlo. Regresó a Quito hasta que en 1985 se abrió el escolasticado internacional de Lima. Juan formó parte del primer grupo de estudiantes combonianos que realizaron sus estudios en el Instituto Superior Juan XXIII de la capital peruana. Para él fueron cuatro años muy duros debido a la dificultad de los estudios e incluso vivió una fuerte depresión que le llevó a frecuentar un psicólogo. Sin embargo, el apostolado de fin de semana y sus ricas experiencias pastorales con la gente durante los periodos de vacaciones le dieron fuerzas para terminar sus estudios en 1989. El 6 de enero de 1990 fue ordenado sacerdote por monseñor Enrique Bartolucci en la catedral de Esmeraldas y una semana después, con 51 años, ya estaba en su nuevo destino: la parroquia de San Lorenzo.

Servicio misionero

Fueron cinco años de intenso servicio misionero. El 90% de la población de San Lorenzo eran negros, el resto eran serranos e indígenas awas y chachis. Allí Juan puso en práctica una acción misionera sencilla y cercana a la gente. Su carácter alegre y el porte torero que nunca perdió le permitió ganarse la simpatía de casi todos. Alternó la pastoral en la ciudad con las visitas periódicas a las comunidades cristianas del interior. Aunque no sabía nadar, no dudaba en montar en canoa cada vez que era necesario. También se involucró en trabajos diversos como la restauración de 18 capillas y la construcción de tres nuevas. Durante esta época vivió en primera persona un trágico accidente de tren en el que murieron tres personas pero del cual él salió ileso.

A finales de 1994 los superiores le pidieron que regresara a España para un servicio de animación misionera. Le costó mucho dejar San Lorenzo porque no veía claro quién daría continuidad a su acción misionera, pero tuvo que obedecer. Después de un curso de actualización en el Instituto de Pastoral León XIII de Madrid fue destinado a la comunidad de Moncada para trabajar en el SCAM (Servicio Conjunto de Animación Misionera) junto a misioneros de otros institutos. Participó activamente en campañas misionera en parroquias, comunidades y conventos de clausura en Valencia, Aragón y Cataluña antes de regresar a Ecuador el 25 de julio de 1998.

Su nuevo destino fue la misión de Borbón, que como aquella de San Lorenzo, está situada en la región costera de Esmeraldas. Juan comenzó enseguida a visitar las comunidades cristianas de la selva, sobre todo aquellas ubicadas en las orillas del río Santiago. Encontró pocas infraestructuras y nuevamente se implicó en los trabajos de construcción y restauración. Durante este periodo comenzó un proyecto de huertos familiares para promocionar la agricultura y la ganadería de subsistencia y para dar alternativas a los jóvenes. Se daba un préstamo sin intereses que más tarde las familias debían reembolsar para nutrir un fondo que permitiera ayudar otras familias. Para la gestión del proyecto, Juan se apoyó en una asociación de Esmeraldas pero los desencuentros con los responsables de esta asociación fueron numerosos y el proyecto no consiguió alcanzar todos sus objetivos. Aun así se crearon 35 huertos familiares que permitieron ayudar a otras tantas familias.

En 2004 Juan regresó a España para sus vacaciones y un merecido año sabático pero al año siguiente ya estaba de nuevo en las selvas de Ecuador anunciando el Evangelio. Solía decir que él no hacía distinción entre evangelización y promoción humana y que lo más importante para él era servir a la gente no como un asalariado o un funcionario sino como una vocación vivida al estilo de Jesús. Salvo un breve periodo en Guayaquil, la mayor parte de estos últimos años de misión americana los vivió en las selvas de la provincia de Esmeraldas.

Regreso a España

Regresó a España a finales de 2015, cuando ya se manifestaban los primeros síntomas de la enfermedad que terminó con su vida. Participó en un curso de renovación en Roma e insistía continuamente en su deseo de volver a la misión, incluso fue destinado a la provincia de México en 2017 pero nunca llegaría a su nuevo destino. Aunque comenzó un duro tratamiento médico contra el cáncer, la batalla estaba perdida. Solía decir: “Esta es la cornada más fuerte que me ha tocado sufrir en la vida… Me estoy preparando para el más allá, me encontraré con San Pedro y juntos haremos el paseíllo por los ruedos del cielo”. Murió el 21 de septiembre de 2018 en Moncada, el mismo mes y en la misma comunidad que lo acogieron 50 años antes como postulante.

Todas las personas que conocieron a Juan Benjumea son unánimes en afirmar su entrega misionera, su carácter amable y su sonrisa permanente que le permitía entablar fácilmente amistad. El padre Juan Nuñez escribe de él: “Tenía una furia idealista, radical y no muy concreta, de querer que tanto él como los demás se pusieran delante del toro… Cada vez que nos veíamos siempre quería charlar largo para compartir su inquietud, que se iba haciendo algo obsesiva, de que en el Instituto no nos estábamos dando a los pobres plenamente, radicalmente… como él quería hacerlo, incluso cuando su cuerpo ya se negaba a responder a las exigencias que el espíritu quería imponer. Con sus límites, en Juanito Benjumea, nuestra provincia de España y la congregación comboniana ha podido contar con un misionero entregado y generoso”. Descanse en paz.
Da Mccj Bulletin n. 278 Suppl. In Memoriam, gennaio 2019, pp.104-111.