El hermano Libero nació el 2 de junio de 1921 en Polpenazze (Brescia), diócesis de Verona. Se cuenta que cuando era niño era monaguillo en la iglesia. Un día el párroco llevó a los monaguillos a Schio, a una exposición misionera. Allí se encontró con la Hermana Giuseppina Bakhita, la esclava sudanesa que se hizo religiosa canosiana y que fue canonizada poco después de su muerte. Bakhita escribió: “Si me encontrara con los traficantes que me raptaron, e incluso aquellos que me torturaron, me pondría de rodillas para besarles las manos, ya que, si eso no hubiera ocurrido, hoy no sería ni cristiana ni religiosa”. No sabemos el impacto de Libero al encontrarse con esta religiosa. Pero ciertamente no se olvidó de aquel encuentro.
Tras ingresar en los combonianos, hizo su primer año de noviciado en Florencia y el segundo en la casa provincial de Sunningdale (Inglaterra). Fue allí donde hizo su primera profesión el 20 de marzo de 1950. Luego se trasladó a la casa de Stillington donde aprendió inglés con rapidez.
Desde 1951 hasta 1956 estuvo en Verona como cocinero y en Crema y Troia como amo de llaves. En Roma ejerció de cocinero, jardinero y encargado de la obra misionera, ACSE, para tramitar los viajes de los misioneros. El 19 de marzo de 1956 hizo su profesión perpetua y fue enviado a Uganda donde permaneció hasta 1962, primero en la misión de Aliwang, como encargado de la construcción; posteriormente en Kaabong y finalmente en Kangole, de nuevo dirigiendo la construcción.
Desde 1962 hasta 1971 trabajó en Italia, primero como encargado de la Casa Madre en Verona, luego en Venegono, donde realizó tareas de animación misionera. Más tarde, fundamentalmente como cocinero en la casa de Cunero/Barolo y en Asti como animador misionero.
En 1971 fue de nuevo enviado a Uganda y allí residió hasta 1976, en Moroto, supervisando la construcción. Después de años trabajó como recepcionista en Asti.
De 1978 hasta 1982 estuvo en la NAP, como ayudante en la casa de Cincinnati, luego en Los Angeles (CA) (entonces sede del noviciado) y por fin en el escolasticado de Chicago, como animador misionero.
En 1983 fue trasladado a Sudán del Sur como ecónomo local, primero en Bussere y luego como encargado en la casa de Juba (sede provincial). Aquellos años, recordaba el P. Raffaele Cefalo el día de su sepelio, fueron los años más felices, en los cuales tuvo el honor de trabajar en los mismos sitios donde Comboni había trabajado. Aquellos eran los años cuando los obispos de Sudán del Sur pedían personal comboniano, sobre todo hermanos en el sentido más literal, hermanos para todo: albañiles, carpinteros, mecánicos, etc con el fin de reconstruir las misiones que habían sido destruidas. En junio de 1983, el Hermano Libero se encontraba en Nairobi a la espera de entrar en Sudán del Sur. Pocos días después, con el visado que el P. Cefalo había obtenido en un tiempo record, ya se encontraba en Juba, tras un viaje de dos días y de haber pinchado hasta siete veces!!! los neumáticos del Toyota Land Cruiser. Fue un presagio de las muchas dificultades que el Hermano Libero tendría que afrontar en los años siguientes como “hermano para todo” en Juba, Wau y Bussere.
En julio de 1991 regresó definitivamente a Italia, aunque continuó perteneciendo jurídicamente a la provincia de Sudán del Sur. Así lo encontramos como amo de llaves, primero durante dos años en Verona y luego en Roma, en la Casa General, desde 1993 hasta el 2013. En Roma el Hermano Libero siempre ejerció su trabajo con esmero y puntualidad. Durante muchos años fue sacristán, siempre atento a todo lo que se necesitaba en la iglesia. Era un hombre cordial y comprensivo con los cohermanos, siempre dispuesto a ayudar y a servir.
Cuando llegó la noticia de su muerte, el P. Torquato Paolucci envío un mensaje a los cohermanos de la casa de Milán, firmado por todos los miembros de la comunidad de Roma a través del cual, quisieron saludar al Hermano Libero, subrayando el “recuerdo perenne” que dejó en la Curia, donde trabajó durante veinte años. Todos recuerdan su presencia discreta y silenciosa. Cuando dejó la comunidad, su ausencia se dejó sentir. Fue un ejemplo de fidelidad a su trabajo, de cuidado por la liturgia y de preocupación por los cohermanos. Todos recuerdan su sonrisa, su saludo respetuoso, y como con mucha discreción solía recordar sus años de servicio militar en Rusia, cuando se encontraba con su regimiento defendiendo su puesto en la defensa del río Don. “Nos ha enseñado – escribe el P. Torquato- que se puede ser misionero incluso estando lejos de la misión, algo que a veces luchamos por creer cuando hemos estado tan lejos de lo que llamamos una misión durante tanto tiempo”.