Jueves, 29 de mayo 2025
¡Alhamdulillah! ¡Alhamdulillah! – ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea Dios! – repiten una y otra vez la maestra beduina y su esposo mientras contemplamos los restos calcinados de lo que alguna vez fue su hogar. Ella estaba cocinando con su tía; había dejado la lavadora funcionando. El calor abrasador, las láminas de zinc sobrecalentadas... bastó un falso contacto. En cuestión de minutos, el fuego lo devoró todo.
La casa, en medio de la aldea beduina, quedó completamente arrasada. El esposo nos muestra el motor chamuscado de la lavadora: lo único que quedó. La familia, con sus cuatro hijos, vive ahora en casa de una tía. El vestido que lleva la maestra se lo prestó su hermana. Todas sus pertenencias... consumidas por las llamas. “No pudimos salvar nada”, murmura. Y, aun así, repite con fe serena: “Alhamdulillah, estamos bien.”
Tenían ya tan poco, y lo perdieron todo.
“Gracias a Dios, estábamos fuera”, dice ella. Él asiente en silencio, con el rostro marcado por la tristeza. Unos días antes, les habíamos entregado unos zapatos nuevos que unos amigos habían donado para las familias beduinas, uno para ella y otro para su hija de dos años. Pero fue la hija mayor quien más sufrió la pérdida. La maestra nos cuenta que volvió de la escuela y encontró su hogar en llamas. Quedó profundamente afectada.
Afortunadamente, los bomberos lograron llegar a tiempo y evitaron que el fuego se propagara a las casas vecinas. Esta es la aldea más cercana a Betania, enclavada entre dos asentamientos israelíes en Cisjordania. ¿Bendición o amenaza? Desde hace meses, la comunidad ha recibido órdenes de evacuación: las autoridades israelíes planean unir los asentamientos, y la aldea, como si no existiera, está en medio del camino.
Aun así, la maestra no pierde la esperanza. “Vamos a reconstruir la casa”, dice, mirando los restos de madera y láminas retorcidas, tan vulnerables al fuego. “Ojalá sea mejor que antes.”
Nos muestran videos del incendio. “No quiero ni verlos”, confiesa ella. “Se me parte el corazón.” Pero, una vez más, su voz se alza con resignación, gratitud y esperanza, “Alhamdulillah.” Y, como un eco profundo, su esposo repite: “Alhamdulillah. Bendito sea Dios.”
Hna. Cecilia Sierra
Misionera comboniana en el desierto de Judea