Viernes, 10 de octubre 2025
El padre José Miguel Córdova Alcázar, comboniano peruano, cumplió hace pocos días 57 años. Mirando atrás, pensó en escribir una carta pública para expresar su gratitud a los numerosos hermanos y amigos mayores que ha conocido a lo largo de su vida misionera. El padre José Miguel realizó su noviciado en Sahuayo, México, y su escolasticado en Elstree, Inglaterra. En agosto del año 2000 fue ordenado sacerdote. Poco después partió como misionero hacia Etiopía, donde pasó la mayor parte de estos años. También realizó un período de misión en Perú y, actualmente, se encuentra en la comunidad de Barcelona, España.
En el texto que acompañaba la carta, el padre José Miguel escribía: «Me gustaría recordar a todos los hermanos y amigos con quienes me he encontrado y con quienes he vivido a lo largo del camino de mi vida. Aprendí mucho y recibí mucho de todos ellos, pero cada uno dejó en mí una huella indeleble. Hoy, algunos viven lejos, otros, lamentablemente, ya no están entre nosotros. Sin embargo, quisiera recordarlos a todos, con todo mi corazón. Todos, todos viven dentro de mí».
Carta a nuestros hermanos y hermanas mayores:
testigos de la fidelidad
Inspirada en Juan 21, 18-20
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy quiero dirigirme a ustedes, hombres y mujeres que, a lo largo de la vida, han amado, trabajado, luchado, creído, y que siguen siendo presencia viva en nuestras comunidades. Esta carta nace del Evangelio, pero también de la vida. De esa vida que ustedes conocen bien, porque la han vivido con intensidad, con entrega, con fe.
Jesús le dice a Pedro: “Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. Estas palabras, lejos de ser una renuncia, son una revelación profunda sobre el paso del tiempo, sobre la fragilidad humana, y sobre la fidelidad de Dios que nunca se retira.
Vivimos en una sociedad que a menudo idolatra la juventud, la productividad, la rapidez. Se habla de innovación, de cambio constante, de futuro. Sin embargo, en medio de ese vértigo, ustedes —nuestros mayores— son memoria, raíz, testimonio. Son quienes pueden decir: “Yo he visto que Dios no falla”. Y eso, hoy más que nunca, es necesario.
Muchos de ustedes fueron protagonistas de la historia. Religiosos y religiosas que fundaron comunidades, misioneros que cruzaron fronteras, laicos que sostuvieron parroquias, familias, movimientos. Fueron líderes, educadores, artesanos de la fe y de la justicia. Y ahora, en esta etapa distinta, quizás sienten que el mundo gira sin preguntar, que las decisiones se toman lejos, que la voz se escucha menos.
Pero no se equivoquen: su vida sigue siendo fecunda. La fecundidad no se mide por la actividad, sino por la capacidad de amar, de inspirar, de sostener con la mirada, con la oración, con la experiencia. Ustedes son testigos de una Iglesia que ha atravesado cambios profundos: del Concilio Vaticano II a las nuevas formas de evangelización; de las misiones rurales a las redes digitales; de las comunidades de base a los desafíos de la secularización.
Y también han vivido los cambios sociales: el paso de dictaduras a democracias, la lucha por los derechos humanos, el avance de la ciencia, la transformación de las familias, el dolor de las guerras y la esperanza de la paz. Han visto cómo la fe se ha encarnado en contextos diversos, cómo la solidaridad ha resistido a la indiferencia, cómo el Evangelio ha seguido siendo buena noticia para los pobres.
Tal vez ahora otros los lleven “adonde no quieran”: a una residencia, a una rutina que no eligieron, a depender de cuidados que antes ofrecían. Pero incluso ahí, Jesús les dice: “Sígueme”. Porque seguir a Jesús no es solo caminar, sino dejarse amar. Y ustedes, en esta etapa, están llamados a eso: a dejarse cuidar con dignidad, a compartir su sabiduría, a bendecir con su presencia de “jubilados” que viven jubilosamente.
No están solos. La comunidad los necesita. Las nuevas generaciones necesitan escuchar sus historias, sus luchas, sus esperanzas. Necesitan saber que la fe no es una moda, sino una experiencia profunda que atraviesa décadas. Que el compromiso social no es ideología, sino Evangelio encarnado. Que el amor no se jubila.
Gracias por su vida. Gracias por su entrega silenciosa, por sus años de misión, por sus noches de oración, por sus luchas y esperanzas. Gracias por seguir siendo luz, aunque el mundo no siempre lo vea. La Iglesia los necesita. La sociedad los necesita. Y Dios los mira con ternura infinita.
... en comunión con quienes siguen siendo raíz, testimonio y bendición
P. José Miguel Córdova Alcázar, mccj