Desafiando el contexto de prohibiciones legales, Jesús se conmueve en lo más íntimo y se atreve a tocar al leproso con la mano, contrayendo así la impureza legal. Él revela de este modo hasta qué punto ha entrado en la historia humana, pobre-enferma-pecadora-marginada, alcanzándola en su profundidad, cargando con su debilidad, maldición, ostracismo social... La historia del leproso encierra todo el misterio pascual de Jesús y de la humanidad.

“Hacerse leprosos”, como Jesús,
para sanar y salvar a los demás

Levítico 13,1-2.45-46; Salmo 31; 1Corintios 10,31-11,1; Marcos 1,40-45

Reflexiones
¡Un muerto en vida! Ese era el leproso en el Antiguo Testamento y en las culturas antiguas: un enfermo incurable, considerado como un maldito, excluido de la familia y de la convivencia social. La ley hebraica (I lectura) le imponía vivir solo, fuera, marginado y gritar a todos los transeúntes su situación de inmundo (v. 45-46). En los siglos posteriores, las condiciones de los enfermos de lepra no mejoraron, hasta que se llegó al descubrimiento del bacilo específico por obra del médico noruego Gerhard Hansen (1868). La cura se hace con el uso de la sulfona, el aislamiento en las leproserías y, más tarde, los cuidados en ambulatorios.

Gracias a las campañas del “Vagabundo de la caridad y Apóstol de los leprosos”, el francés Raoul Follereau (1903-1977), y a la asistencia capilar de muchos misioneros y misioneras y de otros voluntarios, se ha reducido la cortina de miedos y prejuicios sobre los leprosos, ha ganado terreno la idea correcta de que la lepra es una enfermedad como las otras, una enfermedad que es posible curar y erradicar, a bajos costos. Sin embargo, junto a enfermos que sanan, existen todavía unos 10 millones de leprosos en el mundo, con decenas de nuevos casos cada día. Bajo ciertos aspectos (marginación, efectos devastadores...), la gravedad y el espanto de la lepra se asemejan al miedo por el SIDA. “La lepra es síntoma de un mal más grave y más vasto, que es la miseria” (Benedicto XVI). Cada año, en la jornada mundial de los Enfermos de Lepra, también el Papa Francisco hace su llamada a la solidaridad hacia estos enfermos. (*)

Los misioneros han dedicado siempre una particular atención a los enfermos de lepra, socorriéndolos en su marginación y favoreciendo su inserción social, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él actúa a contracorriente (Evangelio): deja de lado las restricciones legales, permite que el leproso se le acerque, escucha su petición, se conmueve, le tiende la mano, lo toca, lo sana con una palabra (v. 40-41). La conmoción de Jesús es profunda, visceral (v. 41), como lo indica el verbo griego que los evangelistas usan con frecuencia (splanknízomai) para describir escenas de ternura: la conmoción de Jesús ante las muchedumbres hambrientas (Mt 9,36), la compasión del buen samaritano (Lc 10,33), la misericordia del padre del hijo pródigo (Lc 15,20), y otras escenas.

Jesús que sana a los leprosos realiza un signo típico de su misión mesiánica (cfr. Mt 11,5). Ese leproso anónimo, con el rostro desfigurado, con los muñones sin dedos, grita a Jesús una de las más bellas oraciones de los Evangelios, hecha de rodillas, con humildad y confianza: “Si quieres, puedes limpiarme” (Mc 1,40). Este leproso es un hombre de oración y de misión: “comenzó a proclamar bien alto y divulgar la noticia” (v. 45). El leproso sanado, que grita a todos su alegría, es un espléndido icono misionero del cristiano y de la comunidad creyente, que proclama las maravillas del Dios que salva. De una manera concreta, el Señor nos purifica, nos sana y nos salva con su Palabra, con los Sacramentos, la comunidad, la misión…

Desafiando el contexto de prohibiciones legales, Jesús se conmueve en lo más íntimo y se atreve a tocar al leproso con la mano, contrayendo así la impureza legal. Él revela de este modo hasta qué punto ha entrado en la historia humana, pobre-enferma-pecadora-marginada, alcanzándola en su profundidad, cargando con su debilidad, maldición, ostracismo social... La historia del leproso encierra todo el misterio pascual de Jesús y de la humanidad. Ciertamente, es leprosa la familia humana en la oscuridad de su sufrimiento y de su pecado, por lo cual tiene necesidad de Alguien que se le acerque, la toque, la sane, la salve, la lleve a la vida, la haga vivir en comunión. Este Buen Samaritano es Jesús, que se ha hecho Él mismo leproso: “no tiene apariencia ni presencia… despreciable y desecho de hombres, varón de dolores” (Is 53,2-3). Así “Él ha llevado nuestras dolencias… Él ha soportado el castigo que nos trae la paz; y con sus heridas hemos sido curados” (Is 53,4-5). Gracias a su muerte-resurrección, somos salvos y todos los salvados proclamamos - junto con Él y en su nombre a todos los pueblos - las maravillas del Padre de la Vida, que nos llama a todos, sin exclusión alguna, a ser su nuevo pueblo, su familia, animados por el único Espíritu de amor.

El cristiano está llamado a derribar las injustas barreras legales, ambientales, culturales, religiosas, a hacerse “todo para todos”, con tal de ayudar a los demás, como dice Pablo (II lectura): “Procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven” (v. 33). Siguiendo los pasos de Jesús, Siervo que sufre, el apóstol ha de hacerse próximo a los últimos, a cargar sobre sí los sufrimientos de las hermanas y hermanos más necesitados y marginados, dispuesto a tolerar rechazos, incomprensiones y persecución, hasta el martirio. Pablo insiste: “Hago todo esto por el Evangelio” (1Cor 9,23). ¡Aquí se juega la fidelidad y la credibilidad del misionero! Y de todo cristiano.

Palabra del Papa

(*) «Expreso mi cercanía a todas las personas que sufren por esta enfermedad (la lepra), así como a quienes se ocupan de atenderlos, y a quien lucha por terminar con las causas del contagio, es decir, con las condiciones de vida no dignas del hombre. Renovemos el compromiso solidario en favor de estos hermanos y hermanas».
Papa Francisco, Angelus en el domingo 25-1-2015;

- «Es importante luchar contra esta enfermedad, pero también contra las discriminaciones que esta genera». Domingo 29-1-2017;
- «Espero que los líderes de las naciones unan esfuerzos para curar a quienes padecen la enfermedad de Hansen y por su inclusión social». Domingo 31-1-2021.

P. Romeo Ballan, MCCJ

La mano tendida, poder de Dios

Comentario a Mc 1, 40-45

Leemos la última parte del primer capítulo de Marcos, que hemos venido leyendo desde el tercero hasta este sexto domingo del tiempo ordinario. Al meditar esta lectura, que nos habla de la experiencia de un leproso curado por Jesús, al salir de su oración solitaria, me detengo en cuatro reflexiones:

Reconocer la propia debilidad y transformarla en súplica

Lo primero que me llama la atención es que el leproso –con una enfermedad considerada entonces grave y vergonzosa– no esconde su realidad, no dice como el borracho: “Yo no he bebido”, sino que se reconoce enfermo y necesitado de ayuda; no se encierra en su soledad y desesperación, sino que sale de su aislamiento y hace un acto de confianza en sí mismo, en el prójimo, en Jesús.

Lo sabemos: la primera gran medida para curarse es aceptar que uno está enfermo, no auto-engañarse en un falso orgullo. La segunda es reconocer que uno solo no logra salir de una enfermedad, de la adición que lo esclaviza, o de una situación de conflicto estéril. En nuestro tiempo, se habla mucho de autoestima y hay miles de libros de autoayuda; hasta un famoso y respetado teólogo tituló un libro de espiritualidad “Beber del propio pozo”. Y eso es cierto: cada uno de nosotros es un hijo de Dios, tiene su dignidad inalienable y sus propios recursos y dones…

Pero mi experiencia es que la autoestima y la autoayuda no bastan. En algunos momentos, hay que saber pedir ayuda, hay que saber acudir a otro, que nos da una necesaria ayuda material, una buena palabra, un empujón moral… En esta línea se sitúa también la oración de súplica, que solo los pobres y humildes entienden. Los ricos y orgullosos, de cualquier orden, no piden, ordenan. Pero ¡ay de aquel que siempre se siente rico!; seguramente miente. La oración del leproso es típica del humilde: “Señor, si quieres, puedes curarme”.

La mano tendida, poder de Dios

Ante la súplica sincera del leproso –hecha con el corazón y con la vida, más que con las palabras– Jesús extiende la mano y lo toca. “Extender la mano”, imponerla sobre situaciones y personas, es un gesto que en la Biblia tiene mucho que ver con el poder de Dios, como hizo Moisés sobre las aguas del Mar Rojo, como hacían los profetas para dejar su herencia espiritual a sus discípulos o los apóstoles. Claro que nosotros sabemos que el verdadero poder de Dios es su amor. En efecto, como ha dicho, el papa Benedicto XVI, “sólo el amor redime”. El amor hecho caricia, el amor hecho gesto de ánimo, el amor hecho venda para la herida, el amor hecho palabra límpida, el amor hecho comprensión y solidaridad en una y mil formas.

En Jesús este amor sanador de Dios se hizo persona concreta, caricia, mirada que comprende y anima, mano que toca y sana. También la Iglesia –comunidad de discípulos misioneros, extensión de Jesucristo en el hoy de la historia– es: mano extendida para atender a los que se sienten enfermos, debilitados y, humillados…, mano que se une a la palabra para decir: ánimo, “quiero, sé sano”. Ciertamente, la enfermedad es parte de toda experiencia humana, pero lo más grave de la enfermedad es la sensación de estar desvalido, de sentirse inerme, de ser un “don nadie”, una mota de polvo… La mano de Jesús, la mano de la Iglesia, se alarga y nos toca para decirnos: No te asustes, tú vales mucho, adelante.

Reincorporarse a la comunidad

Jesús manda al leproso curado a presentarse ante los responsables de la comunidad y a realizar los ritos necesarios a su integración en la misma. Son ritos, que, aunque discutibles en sí, mantienen unida a la comunidad; son como los mimbres de una cesta: cada uno en sí es poca cosa, pero todos juntos, adecuadamente organizados, dan la consistencia necesaria para constituir una cesta… Así sucede con los ritos y costumbres de cualquier comunidad humana o cristiana: tomados aisladamente son discutibles o despreciables; pero en su conjunto ayudan a mantener la comunidad viva y fortalecen la vida de todos.

Recuerdo que, en mis tiempos de misionero en Ghana, tuve a que ver con una señora acusada de brujería. Después de una serie de diálogos y ritos con ella y con la comunidad, la acompañé a su casa y percibí cuál era su problema: por una serie de razones que no vienen al cuento, aquella señora se había convertido en una especie de “leprosa”, separada de la comunidad. El remedio estaría precisamente en reincorporarla a la comunidad: participar de sus fiestas, de sus ritos, de sus problemas, de sus tareas. Muchos de nosotros necesitamos frecuentemente el impulso espiritual para reincorporarnos humildemente: a la familia, a la comunidad, a la parroquia, al grupo… Y para ello necesitamos la mano y la palabra fuerte de Jesús.

El secreto mesiánico

Jesús manda al leproso guardar silencio sobre lo que le ha pasado. Se trata del famoso “secreto mesiánico”, con el cual, según los expertos, Jesús quería protegerse de una falsa interpretación (política o triunfalista) de su misión.

Me parece que en esta época estamos todos demasiado preocupados por nuestra presencia en los medios, por una necesidad de aparecer en los medios a todo coste. Exagerando un poco, casi estamos dispuestos a “vender el alma” con tal de aparecer en la TV o en algún medio de comunicación; algunos artistas dicen: “que hablen de mí, aunque sea mal”. Jesús nos enseña otro camino: el de la autenticidad, el de la verdad, el de la transparencia… Si después la cosa se sabe, ya veremos cómo reaccionar. Pero buscar la publicidad por sí misma no parece ser el método misionero de Jesús…. Y tampoco de una santa tan reciente y “exitosa” como la Madre Teresa de Calcuta.
P. Antonio Villarino, MCCJ