En el pórtico de ingreso a la Semana Santa, que hoy comienza (Evangelio), hay una pregunta: “¿Quién es este?” (Mt 21,10). Se lo preguntaba la gente de la ciudad, alborotada, cuando Jesús entró en Jerusalén, entre los aplausos de los simpatizantes, sentado no sobre un caballo de guerra o de carrera, sino sobre una borrica alquilada… Ese ingreso fue un acontecimiento misionero, una epifanía de Jesús ante la gente. (...)

El rey montado sobre un pollino

Domingo de Ramos
Mt 21, 1-11

La liturgia nos ofrece hoy dos lecturas del evangelio de Mateo: la primera, antes de la procesión de ramos, sobre la bien conocida historia de Jesús que entra en Jerusalén montado sobre un pollino (Mt 11, 1—11); la segunda, durante la Misa, es la lectura de la “Pasión” (las últimas horas de Jesús en Jerusalén), esta vez narrada por Mateo en los capítulos 26 b5 27.

Con ello entramos en la Gran Semana del año cristiano, en la que celebramos, re-vivimos y actualizamos la extraordinaria experiencia de nuestro Maestro, Amigo, Hermano y Redentor Jesús, que, con gran lucidez y valentía, pero también con dolor y angustia, entra en Jerusalén, para ser testigo del amor del Padre con su propia vida.

Toda la semana debe ser un tiempo de especial intensidad, en el que dedicamos más tiempo que de ordinario a la lectura bíblica, la meditación, el silencio, la contemplación de esta gran experiencia de nuestro Señor Jesús, que se corresponde con nuestras propias experiencias de vida y muerte, de gracia y pecado, de angustia y de esperanza. Por mi parte, como siempre, me detengo en un solo punto de reflexión:

El rey montado sobre un pollino.

Se trata de una escena que se presta a la representación popular y que todos conocemos bastante bien, aunque corremos el riesgo de no entender bien su significado. Para entenderlo bien, no encuentro mejor comentario que la cita del libro de Zacarías a la que con toda seguridad se refiere esta narración de Marcos:

                “Salta de alegría, Sion,

                lanza gritos de júbilo, Jerusalén,

                porque se acerca tu rey,

                justo y victorioso,

                humilde y montado en un asno,

                en un joven borriquillo.

                Destruirá los carros de guerra de Efraín

                y los caballos de Jerusalén.

                Quebrará el arco de guerra

                y proclamará la paz a las naciones”.

                (Zac 9, 9-10).

Sólo un comentario: ¡Cuánto necesitamos en este tiempo nuestro, en que nuestra arrogancia ha sido duramente probada, la presencia de  este rey humilde y pacífico que no se impone por “la fuerza de los caballos” sino por la consistencia de su verdad liberadora y su amor sin condiciones!

Ciertamente, en las actuales circunstancias que vivimos en todas partes, marcadas por el aislamiento, el miedo y la confusión, nos va a tocar vivir la Semana Santa de manera diferente, con sencillez, mucha paciencia, conectando la pasión de Jsús con la que están viviendo millones de esperanza, con temor y temblor, con confianza y miedo sereno, con generosidad y esperanza.

Contemplar a Cristo en la cruz es identificarse con Él, es ponerse a caminar sobre  las huellas de su entrega, confiando en que, aunque se rían de nosotros, aunque a veces nos desesperemos y la cruz nos parezca demasiado pesada ,el amor es más fuerte que la muerte. El amor de Dios siempre vencerá al mal que nos rodea y nos invade. Vence desde la humildad, la entrega generosa, la paciencia infinita, la esperanza contra toda esperanza.
P. Antonio Villarino
Bogotá

Anunciar a un “Dios en la Cruz”. ¡Por todos!

Mateo 21,1-11: para la bendición de los ramos;
Isaías 50,4-7; Salmo 21; Filipenses 2,6-11; Mateo 26,14-27,66: Evangelio de la Pasión

Reflexiones
En el pórtico de ingreso a la Semana Santa, que hoy comienza (Evangelio), hay una pregunta: “¿Quién es este?” (Mt 21,10). Se lo preguntaba la gente de la ciudad, alborotada, cuando Jesús entró en Jerusalén, entre los aplausos de los simpatizantes, sentado no sobre un caballo de guerra o de carrera, sino sobre una borrica alquilada… Ese ingreso fue un acontecimiento misionero, una epifanía de Jesús ante la gente. Un momento de triunfo efímero, justamente de un solo día; pero al menos sirvió para suscitar algunas preguntas sobre la identidad de Jesús. La gente tenía una respuesta precisa: «Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea» (Mt 21,11). Es una respuesta verdadera, aunque en sus labios sonaba bastante efímera, a juzgar por los comportamientos que adoptó los días siguientes; era más bien el momento de profundizar en la identidad de ese sorprendente profeta de Nazaret. Así como lo hicieron algunos peregrinos griegos, que llegaron a Jerusalén y dijeron a Felipe: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21).

Las respuestas a la pregunta inicial las encontramos en varios textos de esta Semana especial. Una primera respuesta la da Jesús mismo, provocado por la petición de esos griegos: Él es el grano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (cfr. Jn 12,24). Él es el Maestro que invita a todos a seguirle para compartir su destino (cfr. Jn 12,26); Él es el Señor que puede afirmar: “Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). El destino universal de su muerte en la cruz, levantado de la tierra, está claramente indicado también en las variantes de los códigos antiguos: atraeré ‘todo’, ‘a todos los hombres’, ‘a cada hombre’… Su salvación es ofrecida, como un don, para todos los que, con corazón sincero, “mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37), es decir, para aquellos que, con fe, compasión, amor, miran a Cristo elevado en la cruz (cfr. Núm 21,8; Zac 12,10). Esta fue la experiencia sorprendente del centurión romano y de los otros soldados paganos, que, al ver lo que pasaba, decían: “¡Realmente este era Hijo de Dios!” (Mt 27,54). Jesús es realmente el Hijo de Dios, justamente porque se ha quedado en la Cruz en lugar de bajar (cfr. Mt 27,40.42). Mientras los judíos lo rechazan, los paganos lo reconocen.

La clave para entender quién es este Hijo de Dios, que se hace trigo, que muere en la Cruz para atraer a todos hacia sí, nos la ofrece el evangelista Juan en la Última Cena de Jesús con sus discípulos: “Los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Es la declaración de un amor extremo, universal en el espacio y en el tiempo. Palabras que invitan a vivir la Semana Santa en dimensión universal, contemplando y anunciando a un Dios en la cruz por todos. S. Daniel Comboni había comprendido la necesidad de que sus misioneros se formasen en esta contemplación y lo encarecía en su Regla: «Fomentarán en sí esta disposición esencialísima (espíritu de sacrificio) teniendo siempre los ojos fijos en Jesucristo, amándolo tiernamente y procurando entender cada vez mejor qué significa un Dios muerto en la cruz por la salvación de las almas» (Escritos, n. 2721).

La larga narración (Evangelio) de la condena, pasión y ejecución de un inocente va mucho más allá de los acontecimientos normales: contiene la ‘Buena Noticia’ de Cristo Salvador, muerto y resucitado, que los misioneros de la Iglesia llevan por el mundo entero. De este núcleo central del Evangelio brotan opciones y actitudes fundamentales para los discípulos. Menciono una entre muchas: el rechazo de la violencia y del uso de las armas, como lo enseña Jesús a Pedro: «Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá» (v. 52). Una palabra emblemática para los cristianos, que ya el apologista Tertuliano (III s.) comentaba así: “Desarmando a Pedro, Jesús ha quitado las armas de la mano a cada soldado”.

El canto del Siervo (I lectura) y, sobre todo, el himno cristológico de los Filipenses (II lectura) muestran el ciclo completo de ese Dios-hombre en la cruz: su preexistencia divina, su despojamiento voluntario, su humillación hasta la cruz, la glorificación con el nombre de Señor, ante el cual toda rodilla se ha de doblar, “para gloria de Dios Padre” (v. 11). La gloria del Padre es la meta a la que tiende toda la actividad misionera de la Iglesia. Además de la obediencia filial, el himno de los Filipenses «nos muestra también el aspecto de solidaridad con los hermanos: Cristo se ha hecho semejante a los hombres, ha asumido nuestra condición humilde; e incluso se ha hecho solidario con las personas más criminales, con los condenados a morir en la cruz» (Albert  Vanhoye). (*)

El mensaje de la Pasión supone siempre una tarea cuesta arriba, pero lleva a la Vida. Ante la Pasión de Jesús, nadie es un mero espectador. Cada uno es actor, juega un papel, hoy, en la Pasión que Jesús sigue viviendo en su Cuerpo místico, dentro de la familia humana. Los protagonistas de la Pasión somos nosotros. Detrás de las figuras de Pedro, de Pilatos, de Judas, de los Sumos sacerdotes, de la muchedumbre, podemos ver el rostro de cada uno de nosotros. ¿Qué papel jugamos en la Pasión hoy? ¿De qué lado estamos? Bien para nosotros si escogemos el papel de Simón el Cirineo (v. 32), la esposa de Pilatos (v. 19), el centurión (v. 54), las piadosas mujeres, Magdalena, María, Juan, José de Arimatea, Nicodemo… El papel más coherente con el cristiano, y en particular con el misionero, es el del Cirineo, solidario con los crucificados de la historia, portador de la salvación realizada por Jesús.

Palabra del Papa

(*) “Pienso con admiración sobre todo en los numerosos sacerdotes, religiosos y fieles laicos que, por todo el mundo, se dedican a anunciar el Evangelio con gran amor y fidelidad, no pocas veces a costa de sus vidas. Su ejemplar testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita burócratas y diligentes funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de llevar a todos la confortante palabra de Jesús y su gracia. Este es el fuego del Espíritu Santo. Si la Iglesia no recibe este fuego o no lo deja entrar en sí, se convierte en una Iglesia fría o solamente tibia, incapaz de dar vida, porque está compuesta por cristianos fríos y tibios”.
Papa Francisco
Angelus, domingo 14-8-2016

P. Romeo Ballan, MCCJ