El cuarto domingo de Pascua se llama, tradicionalmente, el Domingo del Buen Pastor, porque el pasaje del Evangelio se toma del capítulo X de Juan, en el cual Jesús se presenta como el verdadero pastor del pueblo. Para el evangelista Lucas, Jesús es el buen pastor que va en busca de la oveja descarriada, se la carga sobre los hombros, convoca a los amigos para una fiesta... (Lc 15,4-7): es un pastor con corazón misericordioso.

El Pastor Bueno, Bello y Fuerte

Nadie las arrebatará de mi mano.
Juan 10,27-30

Estamos en el cuarto domingo de Pascua. Cada año, en este domingo, leemos un pasaje del capítulo 10 del Evangelio de Juan, donde Jesús, mediante una alegoría, se presenta como el Buen Pastor. Por eso, este día es conocido como el “Domingo del Buen Pastor”.

1. El Pastor BUENO

La alegoría del pastor exige, ante todo, el esfuerzo de situarse en una realidad de otra época, distinta a la nuestra, para captar el mensaje de Jesús. De hecho, nadie quiere ser una “oveja” ni formar parte de un “rebaño”, aunque, por desgracia, ¡lo somos y mucho! Solo que hoy “pastores”, “ovejas” y “rebaños” se llaman de otro modo: líderes, ídolos deportivos, gurús mediáticos, influencers, fans, hinchas, populismos…

En cualquier caso, se trata de un pastor extraño, porque nadie daría su vida por una oveja. Y además, el pastor mismo se convierte en cordero y se hace alimento para el rebaño: “El Cordero que está en medio del trono será su pastor y los guiará a fuentes de aguas vivas” (Apocalipsis 7, segunda lectura).

Junto con el Evangelio del “Buen Pastor”, hoy se celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, instituida por Pablo VI en 1964. El tema de este año, propuesto por el Papa Francisco (mensaje firmado el 19 de marzo, mientras estaba hospitalizado en el Gemelli), es: “Peregrinos de esperanza: el don de la vida.”
El Papa Francisco comienza su mensaje diciendo: “En esta LXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quiero dirigirles una invitación llena de alegría y aliento para ser peregrinos de esperanza, entregando la vida con generosidad.”
“Entregar la vida con generosidad” es el signo supremo del amor: es lo que hizo el Buen Pastor, y es también a lo que están llamados quienes siguen sus huellas.

El domingo pasado escuchamos a Jesús decir tres veces a Simón Pedro: “Apacienta mis corderos”, como prueba de su amor. Jesús confirió a Pedro su título mesiánico de Pastor (Jn 21,15-19). Pero con el solemne “Sígueme” (Jn 21,19), Jesús le dejaba claro que su misión siempre sería vicaria. “Un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,16). Pedro, pastor bajo el Pastor, estaba llamado a apacentar el rebaño que se le confiaba, dando la vida como Jesús, convirtiéndose también en un cordero inmolado. Así lo hizo Pedro, así lo hizo Francisco, y así deberá hacerlo el Papa León.

La imagen del pastor tiene una rica tradición bíblica (especialmente en los Profetas y en los Salmos), que el Nuevo Testamento retoma: Jesús es “el gran Pastor de las ovejas” (Hebreos 13,20). No sorprende, por tanto, que la primera representación artística de Jesús en las catacumbas sea la del “Buen Pastor”, siglos antes del crucificado. El Buen Pastor es “la versión dulce del crucificado”. Dulce solo en imagen, porque la sustancia es la misma (D. Pezzini).

2. El Pastor BELLO

“¡Yo soy el Buen Pastor!” Sin embargo, es importante notar que el adjetivo griego que utiliza el evangelista no es agathós (bueno), sino kalós, que significa bello. Así que la traducción literal sería: “Yo soy el pastor bello”.
Esto nos ofrece otra perspectiva sobre la bondad: la bondad embellece a la persona, y la belleza irradia su bondad (Platón). Jesús es la epifanía no solo de la bondad, sino también de la belleza.

Dios es Amor porque es Belleza, y es Belleza porque es Amor.
“La belleza y la bondad se entrelazan. […] En el Antiguo Testamento encontramos 741 veces el adjetivo tôb, cuyo significado oscila entre ‘bueno’ y ‘bello’, por lo tanto, bondad y belleza, ética y estética, son dos rostros de la misma realidad.” (Gianfranco Ravasi)

El mundo necesita belleza.
“La humanidad a menudo pierde el verdadero sentido de la belleza; se deja seducir por lo llamativo, convierte la belleza en espectáculo, en objeto de consumo, abandonándose a lo inmediatamente utilizable. La belleza transfigurada y crucificada nos redime de la seducción de lo efímero. (Lucia Antinucci)

3. El Pastor FUERTE

El Evangelio de hoy es muy breve, apenas cuatro versículos, y no está directamente conectado con la alegoría del Buen/Bello Pastor. Estamos en Jerusalén, durante la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús caminaba por el Templo. Sus adversarios lo rodean y le dicen: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.” Jesús responde: “No creen porque no son de mis ovejas.” (Jn 10,22-26)

Nos encontramos, entonces, en un contexto de conflicto y tensión. La escena termina con los “judíos” queriendo arrestar y apedrear a Jesús (Jn 10,31.39).

A menudo identificamos la figura del Buen Pastor con la imagen tierna del pastor que va en busca de la oveja perdida y la carga sobre sus hombros (Lc 15,4-7). Sin duda hay una relación, pero el pasaje de hoy nos coloca en un contexto dramático. Jesús habla de dar la vida (expresión repetida varias veces en el capítulo 10), de luchar contra lobos feroces y de enfrentarse a ladrones y bandidos.

Por tanto, hace falta un pastor fuerte. Fuerte como el pastor David, capaz de enfrentarse al león y al oso para defender a su rebaño (1 Sam 17,34-37).

Este es el aspecto que más subraya el Evangelio de hoy: “Yo les doy [a mis ovejas] vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.”
Jesús añade la razón por la cual estamos seguros en sus manos: “Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno.”

A menudo nos sentimos asediados por problemas que nos roban la paz y la alegría de vivir. A veces, parece que vivimos en una sociedad de “ladrones y bandidos”, donde cada uno busca su propio interés, y nos volvemos desconfiados. En otras ocasiones, sentimos que somos perseguidos por lobos feroces, viviendo con miedo y angustia.

El Pastor fuerte nos asegura que, si lo seguimos, nada ni nadie podrá arrebatarnos de su mano. La fe, la confianza en Él, nos hace exclamar con san Pablo:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? (…) Pero en todo esto vencemos de sobra, gracias a aquel que nos amó. “Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potencias, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.” (Romanos 8,35-39)

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

Buen Pastor y Cordero sacrificado: modelos de Misión

Hechos 13,14.43-52; Salmo 99; Apocalipsis 7,9.14-17; Juan 10,27-30

Reflexiones
El cuarto domingo de Pascua se llama, tradicionalmente, el Domingo del Buen Pastor, porque el pasaje del Evangelio se toma del capítulo X de Juan, en el cual Jesús se presenta como el verdadero pastor del pueblo. Para el evangelista Lucas, Jesús es el buen pastor que va en busca de la oveja descarriada, se la carga sobre los hombros, convoca a los amigos para una fiesta... (Lc 15,4-7): es un pastor con corazón misericordioso. Esta imagen llena de ternura se completa con la de Juan, el cual presenta a un pastor atento y enérgico en defender las ovejas de los ladrones y de los animales feroces, decidido a luchar hasta dar su vida por el rebaño.

El Buen Pastor es la primera imagen introducida por los cristianos, ya desde el s. III, en las catacumbas, para representar a Jesucristo, muchos siglos antes del crucifijo. La razón de esta antigüedad radica en la riqueza bíblica de la imagen del pastor (cfr. Éxodo, Ezequiel, Salmos…), con el cual Jesús se ha identificado y que Juan (cap. X) ha leído en clave mesiánica. Abundan, en efecto, las expresiones que describen la vida y las relaciones entre el pastor y las ovejas: entrar-salir, conocer, llamar-escuchar, abrir, conducir, caminar-seguir, perecer-arrebatar, dar la vida… Hasta la identificación plena de Jesús con el buen pastor que entrega su vida por las ovejas (v. 11.28). El texto griego emplea aquí un sinónimo, el “pastor hermoso” (v. 11.14), es decir, bueno, perfecto, que une en sí la perfección estética y ética. ¡Es el pastor por excelencia!

Jesús nos confirma obstinadamente que su iniciativa de salvar a las ovejas tendrá éxito: “no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano... nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre” (v. 28-29). Esta certeza no se funda en la bondad y fidelidad de las ovejas, sino en el amor gratuito de Cristo, que es más fuerte que las miserias humanas. Él no renuncia a ninguna oveja, aunque se hayan alejado o no le conozcan: todas deben entrar por la puerta que es Él mismo (v. 7), porque Él es la única puerta, el único salvador. Él ofrece su vida por todos: Él tiene también otras ovejas a las que debe recoger, hasta formar un solo rebaño con un solo pastor (v. 16). La misión de la Iglesia se mueve con estos parámetros de universalidad: vida entregada por todos, vida en abundancia, la perspectiva del único rebaño... Aunque el rebaño es numeroso, nadie sobra, nadie queda perdido en el anonimato; las relaciones son personales: el pastor conoce a sus ovejas, las llama a cada una por su nombre (v. 3) y ellas lo escuchan y le siguen (v. 27).

Para Juan, la buena noticia de la Pascua es doble: Cristo es el ‘Buen Pastor con el corazón traspasado’, del cual mana la vida para “una muchedumbre inmensa” y multiforme, que nadie podría contar (II lectura); y Cristo es también el Cordero sacrificado, en cuya sangre todos hallan purificación y consuelo en la gran tribulación (v. 14). En su contemplación en la isla de Patmos (Ap 1,9), Juan llega a la identificación entre el Cordero y el Pastor, que conduce “hacia fuentes de aguas vivas” (v. 17). La vida sin hambre, ni sed, ni lágrimas (v. 16-17) será un día una realidad; pero de momento queda como una promesa en el horizonte, una palabra segura que se cumplirá. Cordero y Pastor son dos símbolos relacionados, que se complementan. Jesús es Buen Pastor, porque es Cordero sacrificado para dar vida al pueblo; es Pastor bueno, porque antes es Cordero manso, siervo disponible. Esta identificación tiene una validez inagotable también para nosotros hoy. Todos nosotros somos un poco pastores y un poco ovejas; seremos pastores buenos mientras seamos corderos mansos y siervos disponibles para la vida del rebaño.

Jesús es pastor y cordero, porque tuvo misericordia, se hizo cargo de la grey; la calidad de nuestra vida se mide con nuestra capacidad de hacernos cargo de los demás. El cristiano está llamado a amar y servir al que pasa necesidad y anunciar el Evangelio de Jesús, aunque sea entre oposiciones y resistencias, siempre con la certeza que ha sostenido a Pablo (I lectura) de estar llamado a ser luz para las naciones, hasta el extremo de la tierra (v. 47). Siguiendo el ejemplo de Pablo y contemplando al Buen Pastor, se entiende el llamado de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. (*) La vocación de especial consagración (sacerdocio, vida consagrada, vida misionera, servicios laicales…) se fortalece en la experiencia personal de sentirse amado y llamado por Alguien. Sentirte en el corazón de Dios te hace sentir con vida, te da seguridad, te hace sentir hijo y hermano, te hace apóstol. Te abre el corazón al mundo entero.

Palabra del Papa

(*) “La llamada del Señor no es una intromisión de Dios en nuestra libertad; no es una ‘jaula’ o un peso que se nos carga encima. Por el contrario, es la iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto, del que quiere que participemos, mostrándonos en el horizonte un mar más amplio y una pesca sobreabundante”.
Papa Francisco

Mensaje para la 56 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (2019)

P. Romeo Ballan, MCCJ

La “voz” que resuena dentro de mí

Un comentario a Jn 10,27-30

Leemos hoy unos pocos versículos del capítulo 10 de Juan, que forman parte de una fuerte polémica entre Jesús y las autoridades de su pueblo, que muy pronto le matarían, porque no quisieron reconocerlo como Mesías.

Ante la oposición tenaz de aquellos “falsos pastores”, que, como denunciaba ya el profeta Ezequiel, pensaban en sí mismos más que en el pueblo, Jesús afirma que “sus ovejas” reconocen su voz y entre él y los suyos se establece una alianza irrompible de vida eterna.

Tengo un amigo ciego que, cuando voy a visitarlo, incluso después de mucho tiempo, me reconoce enseguida, apenas lo saludo desde lejos. Es que él, más que mis palabras, reconoce el timbre de mi voz, mi manera de hablar. Apenas me oye, mi voz encuentra un eco en su memoria y él me reconoce y me acoge como a un amigo. De hecho, mi timbre de voz denota mi personalidad y mi historia, mucho más que las palabras con las que, frecuentemente, pretendo esconder la verdad de mí mismo. Lo mismo sucede –dice Jesús– entre él y “los suyos”.

A veces pensamos que debemos convencernos –o convencer a otros–  de la verdad religiosa. Pero no se trata de convencer a nadie, porque la belleza, la verdad y el bien se reconocen por sí mismos. Los que son sinceros ante Dios, los que tienen un corazón puro y abierto, al escuchar la voz de Jesús, lo reconocen como el pastor que les lleva a la verdad, al amor, al perdón, a la generosidad y se corresponde con sus deseos más profundos, inscritos en su ADN espiritual. No les hacen falta muchas más explicaciones: La voz de Jesús encuentra en ellos un eco, se saben del “mismo rebaño”, se reconocen como hijos de Dios. Por eso entre ellos se establece una sintonía, una alianza, una amistad que es la base de la vida eterna, la vida de Dios.

Por el contrario, aquellos que han recubierto su corazón de orgullo, vanidad o mentira, no encuentran dentro de sí mismo el eco de la voz del Buen Pastor y lo rechazan.

Esto lo cuenta en pocas palabras Etty Hillesum, una conocida judía holandesa, muerta en Auschwitz en 1943. Era una joven atea, que llevaba una vida bastante confusa, pero a un cierto momento decide acompañar libremente a los judíos encarcelados, para ayudar en lo que pueda. Un día siente la necesidad de arrodillarse porque  reconoce el eco de Dios en su interior. Así lo escribe en su Diario:

“26 de agosto (1941), martes tarde. Dentro de mí hay un manantial muy profundo. Y en este manantial está Dios. A veces logro alcanzarlo, pero más frecuentemente está cubierto de piedras y arena: en aquel momento Dios está sepultado, hay que desenterrarlo de nuevo”  (Diario, 60; Citado por el Card. Ravasi, L’Osservatore Romano, 17 de enero 2013).

¿Descubro el manantial que hay en lo profundo de mí mismo? ¿Hay demasiada basura tapándolo? ¿Están mis oídos y mi corazón suficientemente limpios para reconocer la voz del Buen Pastor?

P Antonio Villarino, mccj

ESCUCHAR SU VOZ Y SEGUIR SUS PASOS
Domingo del Buen Pastor
Juan 10, 27-30

Mis ovejas escuchan mi voz.

La escena es tensa y conflictiva. Jesús está paseando dentro del recinto del templo. De pronto, un grupo de judíos lo rodea acosándolo con aire amenazador. Jesús no se intimida, sino que les reprocha abiertamente su falta de fe: «Vosotros no creéis porque no sois ovejas mías». El evangelista dice que, al terminar de hablar, los judíos tomaron piedras para apedrearlo.

Para probar que no son ovejas suyas, Jesús se atreve a explicarles qué significa ser de los suyos. Sólo subraya dos rasgos, los más esenciales e imprescindibles: «Mis ovejas escuchan mi voz… y me siguen». Después de veinte siglos, los cristianos necesitamos recordar de nuevo que lo esencial para ser la Iglesia de Jesús es escuchar su voz y seguir sus pasos.

Lo primero es despertar la capacidad de escuchar a Jesús. Desarrollar mucho más en nuestras comunidades esa sensibilidad, que está viva en muchos cristianos sencillos que saben captar la Palabra que viene de Jesús en toda su frescura y sintonizar con su Buena Noticia de Dio. Juan XXIII dijo en una ocasión que “la Iglesia es como una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo ha de correr siempre agua fresca”. En esta Iglesia vieja de veinte siglos hemos de hacer correr el agua fresca de Jesús.

Si no queremos que nuestra fe se vaya diluyendo progresivamente en formas decadentes de religiosidad superficial, en medio de una sociedad que invade nuestras conciencias con mensajes, consignas, imágenes, comunicados y reclamos de todo género, hemos de aprender a poner en el centro de nuestras comunidades la Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús, nuestro único Señor.

Pero no basta escuchar su voz. Es necesario seguir a Jesús. Ha llegado el momento de decidirnos entre contentarnos con una “religión burguesa” que tranquiliza las conciencias pero ahoga nuestra alegría, o aprender a vivir la fe cristiana como una aventura apasionante de seguir a Jesús.

La aventura consiste en creer lo que él creyó, dar importancia a lo que él dio, defender la causa del ser humano como él la defendió, acercarnos a los indefensos y desvalidos como él se acercó, ser libres para hacer el bien como él, confiar en el Padre como él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte con la esperanza con que él se enfrentó.

Si quienes viven perdidos, solos o desorientados, pueden encontrar en la comunidad cristiana un lugar donde se aprende a vivir juntos de manera más digna, solidaria y liberada siguiendo a Jesús, la Iglesia estará ofreciendo a la sociedad uno de sus mejores servicios.

José A. Pagola
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