Como yo os he amado. Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro?

La verdadera novedad es el amor

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros.”
Juan 13,31-35

Con los dos últimos domingos del tiempo pascual entramos en la preparación inmediata para las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés. Son los domingos de la despedida. El Evangelio de este domingo y el del próximo nos ofrecen algunos fragmentos del discurso de despedida de Jesús a sus discípulos durante la Última Cena. Se trata de su testamento antes de la pasión y muerte.
¿Por qué retomamos estos textos precisamente en el tiempo pascual? La Iglesia sigue la antigua tradición de leer, durante este período, los cinco capítulos del Evangelio de Juan relativos a la Última Cena (del capítulo 13 al 17), en los que Jesús presenta el sentido de su muerte y de su "Pascua".
Además, podríamos decir que, tratándose de una herencia, el testamento se abre después de su muerte. Jesús deja su legado, sus bienes, a nosotros, sus herederos. Su legado por excelencia es el mandamiento del amor, tema del pasaje evangélico de hoy.

1. Una palabra une las tres lecturas de hoy: NUEVO o NOVEDAD

  • En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, encontramos la novedad contada por Pablo y Bernabé a la Iglesia de Antioquía, que los había enviado en misión: “cómo Dios había abierto a los gentiles la puerta de la fe”;
  • En la segunda lectura, del Apocalipsis, Juan ve “un cielo nuevo y una tierra nueva” y “la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de parte de Dios”, y oye una Voz que dice: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”;
  • En el Evangelio, Jesús nos da “un mandamiento nuevo”.

Vivimos en una sociedad en la que predomina el aburrimiento, especialmente entre los jóvenes. Necesitamos estímulos constantes, novedades, para hacer nuestros días más atractivos. Lamentablemente, muchas veces confundimos novedad con diversidad. Las novedades que se nos proponen suelen ser un reciclaje de lo viejo, por lo que envejecen pronto y nos dejan decepcionados e insatisfechos.

Por otro lado, las verdaderas novedades nos asustan porque trastocan nuestros principios y estilo de vida. Requieren “nacer de nuevo”, como decía Jesús a Nicodemo (Jn 3,3).

Esto es cierto para cada cristiano, pero también para cada comunidad cristiana y para toda la Iglesia. La fidelidad a la Tradición no debe disfrazar la tentación de encerrarse en el pasado, en tradiciones antiguas y superadas. La acusación que se hace a la Iglesia de estar anclada en el pasado debe hacernos reflexionar sobre nuestra apertura al soplo renovador del Espíritu.

Escuchar y acoger la Palabra, que nos propone la novedad, requiere de nosotros una gran apertura de mente y de corazón. El peligro es cerrarse a lo nuevo, que siempre trae un poco de desorden a nuestra vida. ¡Peor aún sería si esta Palabra nos sonara a “vieja” solo porque la hemos escuchado muchas veces! Recemos, entonces, al Señor para que nos haga “odres nuevos” capaces de acoger su “vino nuevo”.

2. Una GLORIA nueva

“Cuando Judas salió [del cenáculo], Jesús dijo: ‘Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre, y Dios ha sido glorificado en él’.”

Al escuchar el Evangelio de hoy, nuestra atención se dirige de inmediato al “mandamiento nuevo”, pero esta novedad es introducida por otra, incomprensible, desconcertante y escandalosa, porque parece voltear nuestra visión de la realidad.
Cuando Judas sale para entregarlo, en lugar de mostrar tristeza y dolor, Jesús habla de “glorificación” —y lo hace hasta cinco veces. ¡Jesús vincula su gloria, y la de Dios, con la traición de Judas! ¿De qué gloria se trata, entonces? De la gloria de ser elevado en la cruz, porque la cruz es la máxima manifestación del amor de Dios.
Judas encarna la mentalidad del Mesías “triunfante”; Jesús se manifiesta, en cambio, como un Mesías “perdedor”. El verdadero Mesías adopta la lógica del amor. “Por eso me ama el Padre: porque doy mi vida, para después recuperarla” (Jn 10,17), decía el Buen Pastor el domingo pasado.

Esta visión invertida de la realidad es un golpe al estómago frente a nuestra continua búsqueda de la “vana gloria”. Preguntémonos, entonces: ¿qué tipo de gloria busco yo, en mis pensamientos, en mis deseos, en mis fantasías y en mis intenciones? El tipo de gloria que perseguimos revela si tenemos fe o no. Jesús nos dice: “¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?” (Jn 5,44).

3. Un MANDAMIENTO nuevo

“Hijos míos, estaré con vosotros solo un poco más. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros.” (Ver también Jn 15,12 y 15,17).

¿En qué consiste esta novedad?
– Es nuevo porque no es espontáneo ni natural, no nace del instinto.
– Es nuevo porque se caracteriza por la gratuidad, no por la reciprocidad.
– Es nuevo porque anula la antigua ley del “ojo por ojo, diente por diente”.
– Es nuevo porque va más allá de la sabiduría del antiguo precepto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18).
– Es nuevo porque ahora el parámetro del amor es Jesús: “Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros.”
– Es nuevo, sobre todo, porque nunca envejecerá. Lo que vive en el tiempo envejece, tarde o temprano. Pero lo que pertenece a los “cielos nuevos y tierra nueva” ya no envejece, porque participa de la eternidad de Dios.
– Es nuevo porque es el último y definitivo, escatológico, es decir, del final. La fe y la esperanza pasarán, pero solo el amor permanecerá (1Cor 13,13). Porque el amor es la misma esencia de Dios: “Dios es amor” (1Jn 4,8). Y ya no tiene sentido distinguir entre el amor a Dios y el amor a los hermanos, entre amor “vertical” y amor “horizontal”, porque el amor es uno solo.

Este tipo de amor será el criterio supremo para reconocer al discípulo de Jesús:
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros.”

4. ¿Cómo obtener este AMOR nuevo?

Se dice que al corazón no se le manda. ¿Cómo adquirir, entonces, este amor? Contemplándolo en la Eucaristía, donde este amor es celebrado. “Fijando la mirada en Jesús” (Hebreos 12,2). Contemplando con amor y ternura al Crucificado, donde este amor se consumó. O, dicho con palabras de san Daniel Comboni, hablando a sus misioneros:
“Tened siempre los ojos fijos en Jesucristo, amadle con ternura y procurad entender cada vez mejor lo que significa un Dios muerto en la cruz por la salvación de las almas. Si con fe viva contemplan y saborean un misterio de tanto amor, serán dichosos de ofrecerse a perderlo todo y a morir por Él y con Él.” (Escritos, 2721-2722)

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

El amor fraterno:
fuerza explosiva, contagiosa, misionera

Hechos 14,21-27; Salmo 144; Apocalipsis 21,1-5; Juan 13,31-33a.34-35

Reflexiones
Traición y glorificación: el Evangelio presenta dos momentos contrastantes, humanamente irreconciliables. Durante la última Cena, Judas sale del Cenáculo llevando dentro su misterio: en esa trágica noche (v. 30) consuma la traición. Sin embargo, Jesús habla con insistencia de su ‘glorificación’: la menciona cinco veces (v. 31-32). El contraste es paradójico: faltan tan solo pocas horas para su captura y muerte en la cruz; sin embargo, Jesús se obstina en hablar de glorificación. Su gloria es el momento mismo de su muerte-resurrección, como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar mucho fruto (cf Jn 12,24.20-21). Ser ese grano de trigo es su carta de identidad. ¡Extraña gloria que se expresa en la locura humillante de la cruz! Con su muerte-resurrección Jesús revela la grandeza del amor de Dios que salva a todos.

A la luz de este amor divino que sobrepasa toda medida, se percibe la grandeza del mandamiento nuevo (v. 34), que Jesús deja a sus ‘hijos-discípulos’ como credencial de reconocimiento: “como yo los he amado, ámense también unos a otros”. En eso conocerán todos que son discípulos míos” (v. 34-35). Jesús insiste sobre el amor mutuo -lo repite tres veces en dos versículos- lo da como su testamento espiritual, es un mandamiento que Él con toda razón, llama “nuevo”. Es el proyecto de vida, que Jesús deja a los discípulos; su única señal de reconocimiento.

El Antiguo Testamento decía: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18). Jesús va más allá.

1. Ante todo, su medida ya no es tan solo “como a ti mismo”, con las incógnitas y los errores propios del egoísmo, sino “como yo los he amado”; es decir, la certeza y la medida sin medida del amor divino.

Amar “como”, a la manera de Jesús: esta es la novedad, la originalidad del cristiano. Jesús no dice cuánto debemos amar, sino que nos propone su estilo, la manera como Él ha amado: su amor es servicio, misericordia, ternura, perdón… De tales ejemplos están llenos los Evangelios.

2. El amor que Jesús propone es nuevo, porque es completamente gratuito: no busca motivos para amar; ama al que no lo merece o al que no puede corresponder; ama también al que le hace daño.

3. Es nuevo, porque Jesús no dice solo “ámense”, sino “ámense unos a otros”. Para Jesús el amor es relación, reciprocidad; el amor no es solo dar, sino también saber recibir, escuchar, dejarse amar.

4. Es un mandamiento nuevo, porque “antes de Jesús, nadie jamás ha intentado construir una sociedad basada sobre un amor como el suyo. La comunidad cristiana se coloca así como una alternativa, como una propuesta nueva ante todas las sociedades viejas del mundo, ante aquellas que se basan sobre la competitividad, sobre la meritocracia, el dinero, el poder. Este es el amor que debe ‘glorificar’ a los discípulos de Cristo” (F. Armellini). Es un nuevo criterio de asociación, una fuerza especial de agregación, “la señal por la que conocerán todos que son discípulos míos...” (v. 35). Jesús no ha dicho llevar un uniforme especial o una señal de distinción; ha dicho simplemente: los reconocerán por la manera como se aman. El amor mutuo y gratuito tiene una irresistible, contagiosa y explosiva fuerza de irradiación misionera. El amor mutuo se alimenta en el perdón, reconciliación, suportación, entrega de sí, opción por los últimos, rechazo de la violencia, compromiso por la paz… De los primeros cristianos la gente decía: “¡Mira cómo se quieren!”

Tan solo el amor es capaz de inspirar y tejer relaciones nuevas y vitalizantes entre las personas; tan solo la revolución del amor es capaz de transformar a las personas y, por tanto, las instituciones. Lo enseñaba también Raoul Follereau, ‘apóstol de los leprosos y vagabundo de la caridad’: “El mundo tiene solo dos opciones: amarse o desaparecer. Nosotros hemos optado por el amor. No un amor que se conforma con lloriquear sobre los males ajenos, sino un amor combativo, creativo. Para que llegue y pueda reinar, nosotros lucharemos sin pausa ni desmayo. Hay que ayudar al día a amanecer”. Este es el sentido profundo de una vida entregada como sacerdotes, religiosos, misioneros. (*)

Todo el que asume este desafío acepta la utopía de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (II lectura), entra en la nueva “morada de Dios con los hombres” (v. 3), donde ya no habrá lágrimas, ni muerte, ni dolor (v. 4), por la fe en Aquel que afirma: “todo lo hago nuevo” (v. 5). Incluida una sociedad nueva que se basa y tiene como objetivo la civilización del amor. También el viaje misionero de Pablo y Bernabé (I lectura) perseguía este objetivo: abrir “a los paganos la puerta de la fe” (v. 27), exhortar a los discípulos a permanecer firmes en la fe, porque debemos entrar en el reino de Dios pasando por muchas tribulaciones (v. 22). Este viaje (Hechos 13-14) es una página intensa y estimulante de metodología misionera: por la manera que la comunidad cristiana de Antioquía escoge a los misioneros que envía, por el valor (parresía) de Pablo y Bernabé en dar el primer anuncio del Evangelio de Jesús a judíos y a paganos, por la institución de nuevas comunidades eclesiales y la designación de presbíteros que las guíen, por las nuevas fronteras geográficas de evangelización más allá de los territorios acostumbrados del Antiguo Testamento y de los Evangelios, por el intercambio con la comunidad de Antioquía a su regreso... En una palabra ¡un modelo de praxis misionera!

Palabra del Papa
(*) «La palabra “vocación” no tiene que entenderse en sentido restrictivo, refiriéndola solo a aquellos que siguen al Señor en el camino de una consagración particular. Todos estamos llamados a participar en la misión de Cristo de reunir a la humanidad dispersa y reconciliarla con Dios. Más en general, toda persona humana, incluso antes de vivir el encuentro con Cristo y de abrazar la fe cristiana, recibe con el don de la vida una llamada fundamental. Cada uno de nosotros es una criatura querida y amada por Dios, para la que Él ha tenido un pensamiento único y especial; y esa chispa divina, que habita en el corazón de todo hombre y de toda mujer, estamos llamados a desarrollarla en el curso de nuestra vida, contribuyendo al crecimiento de una humanidad animada por el amor y la acogida recíproca. Estamos llamados a ser custodios unos de otros, a construir lazos de concordia e intercambio, a curar las heridas de la creación para que su belleza no sea destruida. En definitiva, a ser una única familia».
Papa Francisco
Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2022

P. Romeo Ballan, MCCJ

“Tú vales mucho para mí”
Un comentario a
Jn 13, 31-33ª. 34-35

El breve texto que leemos hoy forma parte de los discursos que Juan pone en boca de Jesús durante su última cena, cuando se despide de sus discípulos con una especie de testamento. En estos versículos de hoy se usan dos términos de gran espesor significativo: Gloria y Amor. Detengámonos un poquito en cada uno de ellos.

a) La gloria: “Glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a ti”

Según el Vocabulario Bíblico de León-Dufour, el término “gloria” significa algo así como “peso”,  “espesor”, importancia, respeto que se inspira. En ese sentido, la expresión “glorifica a tu hijo” significa “reconócele la importancia” (que otros no quieren reconocerle), “dale la estima” que se merece. De hecho, esta “gloria”, estima o importancia a los ojos propios y de los demás es algo que todos buscamos afanosamente. Sin eso parece que no somos nadie, casi como que estuviéramos “muertos” socialmente.

Pero la pregunta es: ¿Qué es lo que me hace importante y valioso ante mí mismo y ante los demás? ¿Cuál es la base para mi “gloria”? Según la Biblia, algunos ponen la base de su “gloria” en lo siguiente:

  • las riquezas, como en el caso de Abraham (Gn 13, 2)
  • la elevada posición y “autoridad” social, como José en Egipto (Gen 45, 13)
  • el poder e influencia que irradia una persona (Is 17, 3ss)
  • el resplandor de la belleza, como en Aarón (Ex 28,2)
  • la dignidad, como la del ser humanos “coronado de gloria” (Sal 8, 6).

En contraposición con estas actitudes, al final de su vida, a la hora de entregar su “testamento”, Jesús proclama que su “gloria” (su auto-estima, su importancia) se basa solamente en Dios, no en el éxito, ni en el triunfo humano, ni en las riquezas, ni en un grupo poderoso de amigos, ni en la eficacia de su metodología apostólica o sus estudios bíblicos… solamente en Dios. El sentirse en comunión con el Padre es lo que le hace sentirse “glorificado”, “reconocido”, “estimado”, “valioso”, como dice Isaías:

“Tú vales mucho para mí,
Eres valioso y te amo…
No temas que yo estoy contigo”
(Is 43, 3-4).

b) El amor: “Como yo os he amado, amaos también unos a otros”

La “gloria de Dios es el hombre”, dijo San Irineo. Dios se siente “reconocido” cuando el hombre encuentra su “gloria”, su importancia. Y esto sucede cuando los seres humanos e reconocen y se aman mutuamente. Jesús sembró la semilla de una humanidad nueva, “gloria de Dios”, reuniendo una comunidad de discípulos cuya ley básica sería el amor mutuo. Quisiera recordar brevemente algunas de las características de esta comunidad en la que los discípulos se aman como Jesús amó:

1. En la comunidad de Jesús, se lavan los pies mutuamente.  “Si yo que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros. Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros” (Juan 13, 15). Lavar los pies es reconocer la importancia del otro. Sólo Dios puede ser tan humilde de ponerse al servicio de los otros, sin perder su identidad. Sólo lava los pies, es decir, sólo se pone al servicio del otro, el que se siente tan amado y tan seguro en el amor que no tiene miedo de humillarse.

2. El que tenga más dones es el que más sirve: “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 31). De hecho, Jesús insistía en que entre ellos no hubieras jefes, ni maestros, ni padres. La suya es una comunidad de hermanos, cuyo único Padre es Dios y el único Maestro es Jesús.

3. Escuchan la Palabra y la cumplen: “Y señalando a sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 49-50).

4. Se corrigen y se perdonan: “Si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas…” “¿Cuántas veces debo perdonar? ¿Siete veces? No, hasta setenta veces siete” (Mt 18, 15-35).

5. Oran para no caer en la tentación: “Velad y orad, para que podáis hacer frente a la prueba; que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41).

6. Se comprometen juntos en la misión que Jesús les encomienda: “Vayan por el mundo entero…”. Sienten que son sal del mundo, pero que tienen que cuidarse para no perder su sabor y su función purificadora; son luz del mundo, pero sólo si se dejan iluminar por la Luz del mundo, es decir, Jesús mismo.
P. Antonio Villarino, MCCJ

NO PERDER LA IDENTIDAD
Juan 13, 31-34
José A. Pagola

Como yo os he amado. Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro?

Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos. Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que permitirá descubrir que una comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús, no será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad.

Vivimos en una sociedad donde se ha ido imponiendo la “cultura del intercambio”. Las personas se intercambian objetos, servicios y prestaciones. Con frecuencia, se intercambian además sentimientos, cuerpos y hasta amistad. Eric Fromm llegó a decir que “el amor es un fenómeno marginal en la sociedad contemporánea”. La gente capaz de amar es una excepción.
Probablemente sea un análisis excesivamente pesimista, pero lo cierto es que, para vivir hoy el amor cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera que envuelve a la sociedad actual. No es posible vivir un amor inspirado por Jesús sin distanciarse del estilo de relaciones e intercambios interesados que predomina con frecuencia entre nosotros.
Si la Iglesia “se está diluyendo” en medio de la sociedad contemporánea no es sólo por la crisis profunda de las instituciones religiosas. En el caso del cristianismo es, también, porque muchas veces no es fácil ver en nuestras comunidades discípulos y discípulas de Jesús que se distingan por su capacidad de amar como amaba él. Nos falta el distintivo cristiano.
Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo, no siempre hemos acertado o nos hemos atrevido a darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir el ser humano.
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