Viernes, 23 de mayo 2025
“Como consagrados tenemos que estar vigilantes para no acomodarnos en estilos de vida que no nos comprometan. Hemos recibido en estos años un testimonio extraordinario –gracias al paso del Papa Francisco– de lo bello que es ser Cristianos y de la alegría que produce en nuestro corazón vivir para el Señor. Qué las luces y los retos que nos ha dejado el Papa Francisco nos ayuden a seguir adelante siendo signos de esperanza, de confianza y de fe en esta hora de nuestro mundo que nos va tocando vivir.” (P. Enrique Sánchez González, en la foto, en una audiencia del Papa Francisco con los Misioneros Combonianos, en 2015)

Luces y desafíos que el Papa Francisco nos dejó
como nuevas generaciones de vida consagrada

Para poder hablar del legado que nos ha dejado el Papa Francisco, considero que es necesario ir al pasado, antes de que Francisco fuera el Papa Francisco. La figura de un Papa extraordinario, que todos tenemos en este momento en nuestra memoria, es algo que encuentra sus orígenes en los primeros pasos que Jorge Mario Bergoglio dio, cuando decidió consagrar su vida como religioso y jesuita, y tal vez ya antes, cuando desde pequeño dejó que la pasión por Cristo entrara en su corazón.

Sus palabras, sus acciones como pastor, su sensibilidad por los marginados, la alegría que acompañó su personalidad, su capacidad para romper con protocolos, su estilo de vida, pobre y austero. Todo esto, y mucho más, no le vino a su mente y a su corazón el día que apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro saludándonos con el nombre de Francisco.

Lo que el Papa Francisco nos ha dejado en sus 12 años de pontificado no ha sido, sino un poco más de todo lo que había ido sembrando en tantos lugares de Argentina, de Latinoamérica y de toda la Iglesia como un pastor que amaba transmitir el olor de sus ovejas.

Eso que nos apasiona y nos anima hoy, recordándolo como el pastor que supo guiarnos por caminos seguros y que nos entusiasmó en el seguimiento de Jesús; todo eso no es más que el ejemplo de vida, el decir con los hechos y con su compromiso lo que llevaba dentro. Un amor por Cristo que lo llevó a gastarse hasta el último minuto de su vida, sirviendo y amando.

Eso que hoy nos toca guardar como tesoro y herencia del Papa Francisco es lo que ha producido el Evangelio en el corazón de alguien que ha sabido entregarlo todo, olvidándose de sí mismo y poniendo como prioridad de su vida el servir a Cristo en los últimos, en los que no cuentan a los ojos del mundo. Diciendo esto, me parece que la primera cosa que nos ha dejado el Papa Francisco a los consagrados es el ejemplo, un icono bello de lo que nos toca vivir cada día cuando decimos que hemos entregado nuestras vidas al Señor.

Ante la figura de Papa Francisco no se necesita hacer mucha teología de la vida religiosa, ni es necesario perder mucho tiempo con tratados de espiritualidad de la vida religiosa. Sin exagerar, creo que acercándonos a la vida del Papa Francisco podemos darnos cuenta de que la vida consagrada, como religiosos y religiosas al servicio del Evangelio, no es otra cosa más que una vida entregada con sencillez y alegría a los demás en los pequeños detalles de cada día. Y eso vale para consagrados y para cualquier bautizado, pues a final de cuentas, se trata de vivir en Cristo y para él.

Luces que nos ha dejado el Papa Francisco y que nos seguirán iluminando por mucho tiempo

Entre las muchas cosas que significan luces que iluminan nuestras vidas hoy, y que reconocemos como algo que hemos descubierto gracias al paso del Papa Francisco por nuestras vidas, podríamos traer a nuestra memoria las siguientes que no siguen un orden o jerarquía porque todas son importantes.

  • El testimonio de una vida entregada con alegría a Jesús, al Evangelio, a la Iglesia y a los más pobres.

Algo que seguramente a todos nos ha impactado desde el inicio del pontificado del Papa Francisco ha sido el tono de alegría que transmitía a través de sus palabras, de la espontaneidad y libertad de sus gestos y las maneras de acercarse a las personas. Con él se entraba en confianza inmediatamente y hacia que nos sintiéramos acogidos, como si nos conociera desde siempre. La alegría era algo que para él nacía de la acogida del Evangelio. El mensaje de Cristo contiene esa alegría que transforma el corazón y llena el espíritu de confianza y de esperanza.

De ahí nacía su entrega y su dedicación a la misión que abrazó como consagrado y de esa entrega surgían las fuerzas para afrontar cualquier obstáculo y las dificultades, que no faltaron a lo largo de todo su ministerio. Aquí, como en todo lo que iremos diciendo sobre el legado del Papa Francisco, lo más importante y lo que caracterizó su consagración fue el ejemplo, el testimonio de vida, el silencio de las palabras y la fuerza de los gestos y las opciones.

Por ejemplo, más que hablar sobre el problema de los migrantes, uno de sus primeros viajes fue a Lampedusa, el lugar de mayor sufrimiento de los migrantes que atraviesan el Mediterráneo. Su presencia ahí fue anuncio del Evangelio y denuncia de un sistema inhumano e injusto que trata a las personas como objetos.

Nos hay duda de que se trata de una luz intensa que nos ilumina cuando nos preguntamos en dónde tenemos que estar como consagrados hoy, cuáles tienen que ser nuestras opciones y preferencias, en dónde tiene que estar nuestro corazón, aunque estemos lejos geográficamente de los lugares del dolor. El testimonio del Papa Francisco es algo que enseña a los consagrados de hoy en dónde está lo bello de la entrega y qué es lo que le da sentido a la renuncia que implica el haber dejado todo para seguir al Señor.

  • El entusiasmo y la pasión por la evangelización y por el compromiso misionero.

La evangelización y la dimensión misionera de la Iglesia no fueron simple estrategia proselitista en el proyecto de Iglesia del Papa Francisco. En su mente estaba claro que la Iglesia tiene que ser misionera y la tarea de evangelizar no se reduce a la enseñanza del Evangelio. El objetivo de la misión iba mucho más allá, se trataba, y se sigue tratando, de anunciar a Cristo siempre presente entre nosotros como buena noticia para el mundo.

La misión que nace del encuentro con el Señor, el Papa Francisco la vivió como una experiencia que le entusiasmaba y lo apasionaba, moviéndolo a ir hasta los extremos del mundo y a los lugares más lejanos, no sólo geográficamente, en donde Jesús no era conocido.

Él nos enseñó que la razón última de nuestra consagración es el anuncio del evangelio que estamos llamados a llevar con entusiasmo y generosidad a quienes todavía no han tenido la oportunidad de encontrarse con el Señor. Basta recordar a dónde lo llevaron sus viajes apostólicos y nos damos cuenta de que la preocupación de su corazón estaba en los más lejanos del Evangelio.

  • La fuerza del ejemplo personal en el compromiso como consagrado a Cristo.

Ya lo mencionaba anteriormente, una de las luces más intensas en la vida y en el ministerio del Papa Francisco que nos quedan hoy es, sin dudarlo mucho, el ejemplo de vida. La capacidad de anunciar con obras muy concretas, usando menos palabras y más acciones, aunque se pudiese correr el riesgo de equivocarse en algún momento.

Para hablarnos de pobreza no dudó en irse a vivir a Santa Martha, en renunciar a buenos carros, a percibir un salario que por derecho le correspondía. Pero más que privarse de cosas materiales el Papa Francisco supo renunciar, desde hacia mucho tiempo, a la tentación del poder, de la comodidad, del instalarse en un estilo de vida que no fuera solidario con los pobres.

Fue obediente, tratando de hacer la voluntad de Dios en su vida y aceptando una misión que no entraba en sus planes, cuando había llegado al Cónclave con la idea de regresar a Argentina para disponerse a su retiro. Fue obediente, cumpliendo la recomendación que le habían hecho de no olvidarse de los pobres.

Fue alegremente casto entregando su corazón, amando a quienes más lo necesitaban, a los prisioneros, a los vagabundos de Roma, a los enfermos que visitaba en los hospitales, a los pecadores que escuchó en los confesionarios, a los migrantes que supo defender hasta unas horas antes de su muerte en el último encuentro que tuvo con el vice presidente de Estados Unidos.

  • Los valores a los que nunca se puede renunciar: la misericordia, la bondad, la opción por los más lejanos y por los excluidos, el servicio por encima de la autoridad y del poder.

Entre los muchos valores que el Papa Francisco ha puesto en evidencia, seguramente, para quienes vivimos una vocación especifica como consagrados, aparece claro que la visión del Papa estaba fincada sobre aspectos que hablaban de su experiencia de Dios.

La centralidad de la Misericordia reflejaba en él un encuentro continuo y profundo con Dios sentido como Padre. Como un Padre bueno dispuesto siempre a acoger, a abrazar, a perdonar. Sentir a Dios de esa manera no podía traducirse más que actitudes de cercanía y de aprecio por quienes se sentían o se sabían alejados del derecho a reconocerse hijos amados.

Acercar a Dios a quienes se sentían excluidos no era en el Papa Francisco un gesto de filantropía o el humanismo en sus extremos que algunas personas han querido reconocer en él. En Francisco era un movimiento que surgía de lo más profundo de su ser, en donde se vivía la experiencia más clara de Dios. Era la expresión de su consagración a Dios, de su vivir en Dios.

Para él, por lo que pudimos conocer a través de su sencillez y humildad, la consagración se confundía o se convertía en servicio y en disposición a darlo todo, como lo pudimos ver en aquel gesto único de ponerse a los píes de los líderes políticos de Sud Sudán cuando les suplicó que hicieran posible la paz para su nación.

Papa Francisco tenía muy claro en su mente y en su corazón que vivir como consagrado significaba poner el servicio y la humildad por encima del poder y la autoridad. Eso fue lo que les recordó a los Cardenales de la curia romana en su primer saludo de Navidad al inicio de su pontificado. Y, así lo vivió, en sus visitas a los presos, en sus diálogos con las víctimas de abusos en la Iglesia, en la elección de una vida simple y desprendida de lo que podía traerle honores o reconocimientos especiales.

  • La importancia del saber incluir a todos en una comunidad familia en la que estamos llamados a reconocernos hermanos. Nuestra misión será crear fraternidad, todo lo demás pasa.

Como consagrado él mismo, nos enseñó el valor que tiene el trabajar en comunión, el saber crear familia, el apostarle a la amistad profunda. En una palabra, nos iluminó con su experiencia invitándonos a trabajar siempre unidos teniendo como meta el llegar a reconocernos como hermanos.

Como consagrados, no tengo la menor duda, sabemos que el sentido más profundo de nuestra vida está en el llamado a crear fraternidad en un mundo en donde se vive hoy el drama de la violencia, del miedo, de la inseguridad que destrozan la vida de tantos inocentes y desamparados. Su ejemplo fue muy en sintonía con el nombre que escogió como pontífice, Francisco, el hermano universal.

  • Apostar por una iglesia con rostro sinodal, en donde todos sean involucrados y partícipes. Una Iglesia en camino y en salida, no autoreferencial y libre, capaz de aprender de sus límites y de sus pobrezas.

El gran sueño del Papa Francisco fue el de colaborar en la construcción de una Iglesia que viviera las intuiciones del Concilio Vaticano segundo. Un concilio que le apostó al acercamiento a un mundo en cambio, a expresiones culturales nuevas, a experiencias religiosas más profundas y personalizadas.

Las ideas del Papa cuando hablaba de una iglesia en salida, en camino seguramente tenía en mente su experiencia como pastor preocupado por dar espacio a todos para que aportaran su riqueza. Soñaba con una Iglesia en donde la participación de todos creara una comunidad con rostro nuevo, en donde nadie fuera excluido.

Sus intuiciones y sus propuestas pastorales ciertamente son luces que iluminan nuestro ser consagrados, pues por nuestra entrega estamos llamados a vivir en comunidad, a aportar nuestras riquezas y nuestros límites; estamos llamados a caminar juntos, para que el mundo crea en el Señor que nos llamó.

  • Por el diálogo, todos llamados a crear puentes que favorezcan la cercanía, el respeto y la paz.

Finalmente y no porque sea lo último, el Papa Francisco nos ha ayudado a entender que por nuestra consagración estamos llamados a ser constructores de puentes, a trabajar en todo aquello que favorezca la cercanía entre las personas y entre los pueblos. Se trata de ser hombres y mujeres de diálogo, abiertos a enriquecernos con las cualidades y virtudes de los demás, y, al mismo tiempo, disponibles a llevar con alegría la riqueza del Evangelio como instrumento que abre caminos a la construcción de la paz.

Retos y desafíos que no podremos ignorar como consagrados

El ejemplo de vida y el testimonio de entusiasmo de fe, la alegría de su entrega sin límites, su capacidad de empatía y de cercanía a toda clase de personas. La claridad en sus opciones personales y pastorales, la identificación con su carisma como jesuita, su pasión por Cristo y por la Iglesia, su valentía para asumir compromisos y para tomar distancias de lo que niega la dignidad de las personas.

Estos y muchos otros valores que hemos visto e iremos descubriendo y profundizando en la medida que pasa el tiempo, son sólo algunas de las muchas luces que quedan ante nosotros como retos que nos desafían y nos invitan a un discernimiento sobre nuestra manera de ser y de vivir nuestra consagración religiosa hoy.

  • Ahí queda su radicalidad y coherencia como un reto que nos cuestionará siempre en nuestros estilos de vida consagrada, algunas veces cómodos y aburguesados.
  • Salir de nuestros capillismos. La capacidad del Papa Francisco para salir al encuentro, incluso de los más distintos y lejanos de nuestras formas de pensar y de sentir, es un reto que cuestiona fuertemente nuestra tentación a permanecer en lo conocido y seguro de nuestros institutos. Es lo que puede permitir que rompamos con la incapacidad de trabajar en colaboración, abiertos a enriquecernos con los carismas de los demás.
  • Superar la autoreferencialidad que empuja a encerrarse a vivir en el temor de desaparecer como institutos.
  • El sueño de una Iglesia más sinodal y participativa, como la quería el Papa Francisco, nos desafía fuertemente a superar nuestra mentalidad cerrada que nos mueve a ponernos en el centro de todo y de todos considerándonos los únicos y los mejores.
  • Trabajar en la construcción de una Iglesia que transmita alegría y esperanza como fruto del anuncio del Evangelio como Buena Noticia. Como consagrados nos toca asumir el reto de ser presencia alegre de Dios en el mundo en que nos toca vivir. El “hacer bulla”, como decía el Papa Francisco nos reta a pasar un mensaje de optimismo en una sociedad cargada de experiencias traumáticas, en donde la soledad y el abandono ganan terreno y en donde la frustración de muchos jóvenes hace que aumente la desesperanza y la falta de confianza en el futuro. Como religiosos consagrados al servicio del Evangelio tenemos que ser rostro de una Iglesia que se sabe depositaria de una propuesta de vida plena y de una respuesta al anhelo de felicidad que todos llevamos en el corazón.
  • Superar el clericalismo para reconocer el valor y la riqueza que posee cada bautizado y favorecer una comunidad en donde haya mayor participación y comunión. Como consagrados tenemos que superar una mentalidad que pretende hacernos creer que somos personas diferentes o especiales, con privilegios y una autoridad que nos sitúa por encima de los demás. Superar el clericalismo nos pone en una situación de mayor disponibilidad al servicio y al reconocimiento de los demás como tesoros que nos hablan de la presencia de Dios entre nosotros.

La tentación del olvido y el riesgo de acomodarnos

Me gustaría concluir diciendo una palabra para ponernos en guardia y que no nos dejemos sorprender para caer en la tentación del olvido. Es fácil que, pasando los días, también vayamos perdiendo de vista todo lo que el Papa Francisco ha venido a sembrar en nuestros corazones. Nuevas propuestas y diferentes proyectos seguramente llegarán para hacer que la Iglesia siga creciendo y haciendo su camino en el tránsito por este mundo. Pero es importante que no olvidemos aquello que el Papa ha sabido sacudir para ayudarnos a vivir más profunda y auténticamente nuestra fe en Jesús.

Como consagrados tenemos que estar vigilantes para no acomodarnos en estilos de vida que no nos comprometan. Hemos recibido en estos años un testimonio extraordinario de lo bello que es ser Cristianos y de la alegría que produce en nuestro corazón vivir para el Señor.

Qué las luces y los retos que nos ha dejado el Papa Francisco nos ayuden a seguir adelante siendo signos de esperanza, de confianza y de fe en esta hora de nuestro mundo que nos va tocando vivir.

P. Enrique Sánchez González, mccj