Tres textos evangélicos hablan de Marta y María: Lucas 10,38–42; Juan 11,1–46 y 12,1–8. Nos centraremos sobre todo en el relato de Lucas. Podríamos suponer que Lucas, al presentar estas dos figuras estilizadas, quería mostrar dos formas de servicio en la comunidad cristiana: el “servicio de las mesas” (diaconía) y el servicio de la Palabra (profecía).

MARTA y MARÍA
¡una iglesia con traje nupcial y delantal!

Podríamos suponer que Lucas, al presentar estas dos figuras estilizadas, quería mostrar dos formas de servicio en la comunidad cristiana: el “servicio de las mesas” (diaconía) y el servicio de la Palabra (profecía). Al enfrentarse a ambos, los apóstoles deben tomar una decisión: «No es justo que descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas» (Hechos 6,2). El servicio de la Palabra sería superior al de la caridad.

Tres textos evangélicos hablan de Marta y María: Lucas 10,38–42; Juan 11,1–46 y 12,1–8. Nos centraremos sobre todo en el relato de Lucas.

Según el cuarto Evangelio, las dos hermanas vivían en Betania, un pueblo en las afueras de Jerusalén. San Juan siempre las menciona juntas, con su hermano Lázaro. Parece una familia acomodada. Son amigos de Jesús y lo acogen junto con su comitiva (¿unas treinta personas?) cuando va a Jerusalén. Allí, Jesús puede descansar y encontrar “dónde reclinar la cabeza” (Mateo 8,20). Betania es el “santuario” de la amistad y de la hospitalidad.

Marta parece ser la mayor y la dueña de la casa. Su nombre probablemente significa “señora / dueña del hogar”. En la tribu de los nabateos es un nombre masculino, y en el Talmud rabínico puede ser masculino o femenino. Es una mujer dinámica y trabajadora. María parece más joven, más tierna e introvertida. La etimología de su nombre es incierta: “rebelde”, “amada”, “exaltada”…

Según Lucas 10,38–42, Marta y María reciben a Jesús en su casa. Mientras Marta se afana en preparar comida para los invitados, María se queda a los pies de Jesús escuchándole. Molesta, Marta le pide a Jesús que le diga a su hermana que la ayude. Jesús responde con una frase inesperada:
«Marta, Marta, estás inquieta y preocupada por muchas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no se le quitará».

Esta frase de Jesús ha sido objeto de muchas interpretaciones, a veces tendenciosas o ideológicas. Pero puede ayudarnos a reflexionar sobre nuestra vocación como discípulos de Jesús.

¿Sumisión o emancipación?
UNA VISIÓN REVOLUCIONARIA DE LA MUJER

La actitud de María —afectuosa, devota, silenciosa— ha sido exaltada por una cierta tendencia machista y clerical, defensora de la sumisión de la mujer al hombre.

Marta, en cambio, una mujer que tiene el valor de “alzar la voz” y expresar su individualidad, sería símbolo de la emancipación femenina. En algunas pinturas medievales, se la representa como el equivalente femenino de San Jorge o San Miguel, con la particularidad de que no mata al dragón, sino que lo doma y lo lleva atado como si fuera una mascota. Es una manera femenina de dominar el mal: no eliminando al adversario, sino domesticándolo.

En realidad, la figura de María también es revolucionaria. Estar a los pies de alguien significaba ser su discípulo. En tiempos de Jesús, el estudio de la Torá era exclusivo de los hombres. En hebreo y arameo, la palabra “discípulo” no tenía forma femenina. Así, al elogiar la actitud de María, Jesús adopta una postura provocadora, desafiando la mentalidad patriarcal. Incluso desautoriza en cierto modo a la “mujer ejemplar” tradicional, que representa Marta, afanada en las tareas del hogar (véase Proverbios 31,10ss).

Por tanto, ambas mujeres representan una forma de emancipación femenina: Marta, con su extroversión emprendedora; María, con su introversión silenciosa. Son el modelo de una humanidad integrada, donde silencio y palabra, introversión y extroversión conviven.

¿Acción o oración?
¡CASARSE… CON LAS DOS HERMANAS!

La tradición ha visto en Marta el símbolo de la vida activa, y en María el de la vida espiritual o contemplativa, considerando esta última superior. El “servicio corporal” sería inferior al “servicio espiritual” (San Basilio). Mientras que la vida activa termina con este mundo, la vida contemplativa continúa en el futuro – dice San Gregorio Magno. Pero añade que hay que “casarse” con ambas, como Jacob, que aunque prefería a Raquel (más bella pero estéril), tuvo que casarse primero con Lía (menos atractiva pero fecunda).

En el fondo, la contraposición entre vida activa y vida contemplativa es falsa, ya que una no puede existir sin la otra. No se excluyen, sino que se integran. Son dos dimensiones esenciales de la vocación del discípulo. Marta y María están unidas, como da a entender San Juan al mencionarlas siempre juntas. Jesús ama a ambas (Juan 11,5). De hecho, es Marta quien sale al encuentro de Jesús (mientras María permanece en casa) y hace una conmovedora confesión de fe (Juan 11,20.27). Marta y María no son figuras opuestas, sino complementarias. Todos estamos llamados a encarnar a Marta y a María: a ser servidores y oyentes de la Palabra.

Las dos hermanas viven reconciliadas. Así las representa el pintor dominico Beato Angélico, en un fresco (en Florencia). Ambas asisten (espiritualmente) a la agonía de Jesús en el huerto. Mientras los tres discípulos duermen, ellas velan compenetradas en el misterio. María lee la Palabra, Marta la escucha con atención y ternura. Las dos “esposas” conviven en paz.

¿Ley o Evangelio?
¡UNA IGLESIA CON TRAJE NUPCIAL Y DELANTAL!

También podríamos suponer que Lucas, al presentar estas dos figuras estilizadas, quería mostrar dos formas de servicio en la comunidad cristiana: el “servicio de las mesas” (diaconía) y el servicio de la Palabra (profecía). Al enfrentarse a ambos, los apóstoles deben tomar una decisión: «No es justo que descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas» (Hechos 6,2). El servicio de la Palabra sería superior al de la caridad.

Para algunos, además, Marta y María representarían dos etapas del discipulado. Marta, ocupada en “hacer muchas cosas”, simboliza la “primera conversión”, la de la purificación por las obras. María, centrada en “lo único necesario”, encarna la “segunda conversión”, la del corazón. En este caso, Marta representaría el Antiguo Testamento (la Torá con sus 613 preceptos) y María el Nuevo (con la “Ley del Amor” que los unifica).

En realidad, ambas representan dos dimensiones esenciales e igualmente importantes de la Esposa que se identifica con su Esposo, «que ha venido a servir» (Marcos 10,45). Es decir, la comunidad cristiana, resplandeciente con su traje nupcial, «sentada a la derecha del Rey» (Salmo 44,10), pero también capaz de despojarse de sus vestidos, ponerse el delantal del servicio y lavar los pies a sus hijos (Juan 13,4).

¿Hacer o Ser?
EL DOBLE MANDAMIENTO DEL AMOR

El contexto del episodio de Betania es muy significativo. Por una parte, está precedido por la parábola del buen samaritano, que termina con: «Ve, y HAZ tú lo mismo» (Lucas 10,37). Por otra, está seguido inmediatamente por la enseñanza de Jesús sobre el Padrenuestro y la oración (Lucas 11,1–10). Parece que Lucas quiere subrayar la unidad entre el Hacer («hacerse prójimo» del hermano) y la Escucha de la Palabra («hacerse próximo» a Dios).

Si el buen samaritano es un icono del amor al prójimo, Betania lo es del amor a Dios. Marta “hace”, María “ama”. El episodio de la unción en Betania, narrado por San Juan, confirma esta lectura. Jesús defiende a María frente a Judas, quien había apelado a la caridad con los pobres para criticarla (Juan 12,8).

¿Conclusión?
CONVERSIÓN Y DISCERNIMIENTO

Marta y María siempre aparecen “en casa”. La casa y el pueblo representan el tiempo de la vida ordinaria, la “iglesia doméstica”. La condición habitual del cristiano, del laico. En el centro están la escucha de la Palabra y el Servicio. Se trata de hacer de nuestra casa una “Betania”: acoger al Amigo Cristo. Hospedar a alguien en casa cambia nuestras prioridades y condiciona nuestro modo de hacer las cosas.

Marta y María aman a Jesús, pero difieren en sus prioridades. María se concentra en Jesús y se deleita en su presencia. Marta, ocupada con los quehaceres, cae en la inquietud, la impaciencia y el cansancio. Y la presencia de Jesús termina por convertirse en una “carga” para ella. Este es el problema.

El estado de irritación de Marta lleva a Jesús a “llamarla” con ternura (tal es el sentido de la repetición del nombre: «¡Marta, Marta!»), para devolverla a lo esencial: a la conversión hacia “lo único necesario”, a la búsqueda del Reino de Dios. Todo lo demás vendrá por añadidura (Lucas 12,31).

El tiempo apremia, y por eso el discípulo no puede preocuparse por “muchas cosas”. La multiplicidad de tareas no es necesariamente sinónimo del “servicio” que Jesús espera de nosotros. Es necesario, por tanto, establecer prioridades y urgencias. En otras palabras: discernir. Como dice Pablo:
«Pido que vuestro amor crezca cada vez más en conocimiento y en pleno discernimiento, para que sepáis escoger lo mejor» (Filipenses 1,9–10).

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

«¡Te inquietas y te agitas por muchas cosas!»

«Una mujer llamada Marta lo recibió en su casa
Lucas 10,38-42

Después de la parábola del buen samaritano que escuchamos el domingo pasado, la liturgia nos presenta hoy el episodio de la hospitalidad ofrecida por dos hermanas: Marta y María de Betania. El contexto del episodio de Betania es muy revelador. Por un lado, está precedido por la parábola del «buen samaritano», que termina con estas palabras: «Ve y haz tú lo mismo» (Lucas 10,37). Por otro lado, le sigue inmediatamente la enseñanza de Jesús sobre el Padrenuestro y la oración (Lucas 11,1-10). Es evidente que Lucas quiere subrayar la unidad entre la Acción («hacerse prójimo» del hermano) y la Escucha de la Palabra («hacerse próximo» a Dios).

En la primera lectura, Abrahán acoge a Dios, que se presenta bajo la figura misteriosa de tres hombres: «Levantó la vista y vio a tres hombres de pie junto a él. En cuanto los vio, corrió desde la entrada de la tienda a su encuentro y se postró en tierra diciendo: “Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, no pases de largo sin detenerte junto a tu siervo”» (cf. Génesis 18,1-10).

Podemos afirmar que la hospitalidad constituye el tema central de la Palabra de este domingo. La hospitalidad es una de las grandes metáforas de la vida. Acogidos en el seno materno, en el seno de una familia y de una sociedad, aprendemos a acoger a otros, a ser también nosotros hospitalarios y próximos a toda vida.

La Escritura es una historia de acogidas, desde el momento en que fuimos acogidos en el paraíso terrenal (Génesis), hasta el momento en que seremos acogidos en el Paraíso celestial (Apocalipsis 21–22), en la nueva Jerusalén, cuyas puertas «nunca se cerrarán» (21,25). Allí se realizará la acogida perfecta y definitiva: «¡Esta es la morada de Dios con los hombres! Él habitará con ellos» (21,3). En medio de la historia encontramos al Verbo hecho carne, que «vino a habitar entre nosotros» (Jn 1,14). Rechazado, no se rindió, y desde entonces sigue llamando a la puerta de cada ser humano (cf. Apocalipsis 3,20).

¿Pero qué significa acoger en la vida del cristiano? Es lo que san Lucas quiere transmitirnos con este episodio, que solo aparece en su Evangelio.

Dos mujeres: un icono de la acogida

¿Quiénes son las dos hermanas, Marta y María? Marta parece ser la mayor y la dueña de la casa. Es una mujer activa y diligente. María, en cambio, aparece como más joven, más dulce y contemplativa.

Según Lucas 10,38-42, Marta y María reciben a Jesús en su casa. No se menciona a su hermano Lázaro, que en el Evangelio de Juan aparece siempre junto a ellas. Tampoco se habla del nume­roso grupo que acompañaba a Jesús. El evangelista dirige intencionadamente el foco hacia las dos hermanas y su actitud ante Jesús. Mientras Marta se afana en atender a los invitados, María se sienta a los pies de Jesús para escucharle. Molesta, Marta le pide a Jesús que le diga a su hermana que la ayude. Jesús le responde de forma inesperada: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas; solo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte, y no se le quitará».

Esta afirmación de Jesús ha sido objeto de muchas interpretaciones, como una supuesta superioridad de la vida contemplativa sobre la activa, o de la oración sobre la acción. San Basilio concluía que el «servicio corporal» es inferior al «espiritual». Pero esta no es, sin duda, la intención de Jesús. Oración y acción son inseparables. No se excluyen ni se oponen, sino que se integran. Se trata de poner de relieve las dos dimensiones esenciales de la vocación del discípulo. Marta y María no son figuras enfrentadas, sino complementarias. Todos estamos llamados a encarnar a Marta y a María, a ser servidores y oyentes de la Palabra. Entonces, ¿qué quiere decir Jesús?

Acoger es escuchar

«Jesús entró en un pueblo, y una mujer llamada Marta lo acogió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra».

Antes que nada, notemos el carácter inédito y provocador de la escena. Jesús rompe con las convenciones sociales de su tiempo al aceptar la invitación de unas mujeres, algo mal visto entonces. Además, María adopta una actitud revolucionaria. Sentarse a los pies de un rabino era signo de ser su discípulo. Pero en tiempos de Jesús, el estudio de la Torá estaba reservado a los hombres. «Mejor quemar la Torá que entregársela a una mujer», decían los rabinos (según el biblista F. Armellini). Incluso san Pablo arrastraba todavía esa mentalidad cultural, como se ve en sus recomendaciones a la comunidad de Corinto, hoy inaceptables: «Que las mujeres guarden silencio en las asambleas, pues no les está permitido hablar» (cf. 1 Co 14,34-35).

«Marta, en cambio, andaba muy atareada con los muchos quehaceres. Se acercó y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me ayude”».

Marta y María aman ambas a Jesús, pero difieren en sus prioridades. María centra su atención en Jesús y disfruta de su presencia. Marta, agobiada por los quehaceres, cae en la inquietud, la impaciencia y el cansancio. Y la presencia de Jesús se convierte para ella en una carga. ¡Ahí está el problema!

«Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte, y no se le quitará”».

El estado de irritación de Marta mueve a Jesús a llamarla con ternura (así se entiende la repetición del nombre: «Marta, Marta») para reconducirla a lo esencial, a la conversión hacia lo «único necesario», la búsqueda del Reino de Dios. Todo lo demás vendrá por añadidura (cf. Lucas 12,31).

La multiplicidad de tareas no es necesariamente el «servicio» que Jesús espera de nosotros. Por eso es necesario establecer prioridades y urgencias. En otras palabras: discernir. Como dice san Pablo: «Pido que vuestro amor crezca más y más en conocimiento y en sensibilidad para que sepáis discernir lo que es mejor» (Filipenses 1,9-10).

¡Cuántas veces caemos también nosotros en la trampa del activismo! Llenamos nuestra agenda de compromisos. Y a veces, arrastrados por las «urgencias», descuidamos las verdaderas prioridades. Nuestra satisfacción al final del día sería haberlo hecho «todo», cosa que rara vez ocurre, dejándonos un sabor amargo de insatisfacción, si no de frustración.
Deberíamos ejercitarnos en lo contrario: no hacer nunca «todo», sino dejar siempre algo para el día siguiente, confiándolo al Señor que actúa mientras dormimos. Así experimentaríamos la verdad de lo que dice el salmista: «En vano madrugáis, en vano veláis, los que coméis un pan de fatigas: Dios lo da a sus amigos mientras duermen» (Salmo 127,2).

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

NADA HAY MAS NECESARIO
Lucas 10,38-42

El episodio es algo sorprendente. Los discípulos que acompañan a Jesús han desaparecido de la escena. Lázaro, el hermano de Marta y María, está ausente. En la casa de la pequeña aldea de Betania, Jesús se encuentra a solas con dos mujeres que adoptan ante su llegada dos actitudes diferentes.

Marta, que sin duda es la hermana mayor, acoge a Jesús como ama de casa, y se pone totalmente a su servicio. Es natural. Según la mentalidad de la época, la dedicación a las faenas del hogar era tarea exclusiva de la mujer. María, por el contrario, la hermana más joven, se sienta a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Su actitud es sorprendente pues está ocupando el lugar propio de un “discípulo” que solo correspondía a los varones.

En un momento determinado, Marta, absorbida por el trabajo y desbordada por el cansancio, se siente abandonada por su hermana e incomprendida por Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. ¿Por qué no manda a su hermana que se dedique a las tareas propias de toda mujer y deje de ocupar el lugar reservado a los discípulos varones?

La respuesta de Jesús es de gran importancia. Lucas la redacta pensando probablemente en las desavenencias y pequeños conflictos que se producen en las primeras comunidades a la hora de fijar las diversas tareas: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.

En ningún momento critica Jesús a Marta su actitud de servicio, tarea fundamental en todo seguimiento a Jesús, pero le invita a no dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de perder la paz. Y recuerda que la escucha de su Palabra ha de ser lo prioritario para todos, también para las mujeres, y no una especie de privilegio de los varones.

Es urgente hoy entender y organizar la comunidad cristiana como un lugar donde se cuida, antes de nada, la acogida del Evangelio en medio de la sociedad secular y plural de nuestros días. Nada hay más importante. Nada más necesario. Hemos de aprender a reunirnos mujeres y varones, creyentes y menos creyentes, en pequeños grupos para escuchar y compartir juntos las palabras de Jesús.

Esta escucha del Evangelio en pequeñas “células” puede ser hoy la “matriz” desde la que se vaya regenerando el tejido de nuestras parroquias en crisis. Si el pueblo sencillo conoce de primera mano el Evangelio de Jesús, lo disfruta y lo reclama a la jerarquía, nos arrastrará a todos hacia Jesús.
José A. Pagola

http://www.musicaliturgica.com

La hospitalidad fecunda

Comentario a Lc 10, 38-42

El domingo pasado ya comenté este pasaje por haberme equivocado en la fecha. Pero ahora aprovecho para comentarlo desde otro ángulo, dado que cada vez que comentamos un texto bíblico nos quedamos en una de sus varias dimensiones. Por eso, si el domingo pasado me fijé en la queja de Marta por quedarse sola en el retiro, esta vez les invito a fijarse en su capacidad de acogida como discípula.

La hospitalidad de Marta como la de Abrahán

Este texto de Lucas se lee en la liturgia del domingo, después de haber leído (como primera lectura) el episodio de Abrahán que acoge en su casa a tres viajeros que le anuncian que Sara, su mujer, tendrá un hijo a pesar de ser anciana.

Los dos textos nos enseñan que la hospitalidad, la acogida del otro (en el que está presente Dios), da una fecundidad que el mero ajetrearse, preocuparse y agitarse no da. No por mucho angustiarse logra uno aumentar un centímetro de su estatura, comenta Jesús en otro lugar… Y si el Señor no cuida la casa, en vano trabajan los albañiles, dice un salmo.

Un amor que se apodera de uno

Por otra parte el Cantar de los cantares nos dice que, cuando uno encuentra el amor de su vida, “lo abraza y no lo suelta hasta meterlo en la casa de su madre” (Ct 3, 1-4). En este sentido la experiencia de María con Jesús es la de un amor total, que hace irrelevantes las demás cosas, es el tesoro valioso por el que alguien está dispuesto a venderlo todo.

¿Por qué me distraigo en tantos pequeños amores y no me agarro con todas mis fuerzas al amor de Dios? Ese amor es el que da sentido a todo lo que somos y hacemos. Sin ese amor todo se convierte en un agitarse sin sentido.

María está a los pies de Jesús como discípula que se deja amar y enseñar. De la misma manera nosotros acudimos a la Eucaristía como discípulos que nos dejamos amar por el Señor y acogemos con total disponibilidad su enseñanza para aprender de él a ser hijos.

Al acoger a Jesús en nuestra casa, en nuestra vida, nos ponemos a sus pies para aprender de él, para sabernos amados por él y así es como podemos volvernos fecundos y misioneros para un mundo que necesita su Palabra.
P. Antonio Villarino, mccj