Las lecturas de este domingo pueden resultar difíciles de comprender. En la primera lectura, Amós, el profeta pastor y campesino del siglo VIII, toma la defensa del necesitado y anuncia la venganza de Dios contra los que «aplastan al pobre» (Am 8,4-7). Una advertencia muy actual. Pero en el Evangelio, Jesús cuenta una parábola en la que parece alabar a un administrador deshonesto. Se trata de una de las parábolas más discutidas del Evangelio. En realidad, lo que se quiere resaltar es la prontitud y la astucia de este administrador. Son estas cualidades las que Jesús propone a los «hijos de la luz». Por eso la parábola se llama también del «administrador sagaz». (...)

Administradores resueltos y astutos

«Haceos amigos con el dinero injusto.»
Lucas 16,1-13

Las lecturas de este domingo pueden resultar difíciles de comprender. En la primera lectura, Amós, el profeta pastor y campesino del siglo VIII, toma la defensa del necesitado y anuncia la venganza de Dios contra los que «aplastan al pobre» (Am 8,4-7). Una advertencia muy actual. Pero en el Evangelio, Jesús cuenta una parábola en la que parece alabar a un administrador deshonesto. Se trata de una de las parábolas más discutidas del Evangelio. En realidad, lo que se quiere resaltar es la prontitud y la astucia de este administrador. Son estas cualidades las que Jesús propone a los «hijos de la luz». Por eso la parábola se llama también del «administrador sagaz».

¡Administradores, no propietarios!

Dejaremos de lado los aspectos exegéticos más problemáticos para centrarnos en el mensaje principal. La palabra clave es administrador. Los términos administrador / administración / administrar (en griego oikonomos, oikonomia, oikonomeō) aparecen siete veces en nuestro texto. No se trata de una terminología común en el NT. Sin embargo, aunque aparezca pocas veces, la idea de «ser administradores» (oikonomos) de lo que Dios nos ha confiado es un tema recurrente y fundamental en la teología del Nuevo Testamento.

San Pablo nos dice: «Que cada uno nos considere como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Co 4,1); y san Pedro: «Que cada uno, según el don que haya recibido, lo ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pe 4,10). No pensemos solo en los dones espirituales, sino también en los dones naturales y en los bienes materiales.

Aquí llegamos al primer punto de nuestra reflexión: somos simples administradores, no propietarios. Es decir, debemos ocuparnos de las cosas, de los bienes, del dinero, como gestores. Incluso los bienes son talentos que se nos han confiado. No son nuestros y no podemos retenerlos. Es necesario hacerlos circular y fructificar con resolución y sagacidad. ¡No para nuestro propio provecho, sino al servicio de los demás y del Reino!

Hoy ya no existe un valor tan universal como el dinero. La mayor parte de nuestro tiempo la dedicamos a ganarnos la vida. Pero incluso el dinero que hemos ganado con el sudor de nuestra frente no es nuestro, para usarlo a nuestro antojo. Además, sabemos que el sistema monetario actual es injusto e inicuo. No podemos autoeximirnos diciendo que no podemos hacer nada. Hay que administrarlo con sabiduría y teniendo en cuenta lo que dice Pablo VI en Populorum Progressio: «La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. Nadie está autorizado a reservar para su uso exclusivo lo que excede de su necesidad, cuando a otros les falta lo necesario» (n.º 23).

¡Los pobres, porteros del Paraíso!

La Palabra de este domingo también nos habla de la amistad. De las relaciones humanas corrompidas por la codicia y la injusticia, denunciadas por el profeta Amós. De las relaciones de fraternidad con todos los hombres, que garanticen la paz y la justicia, como dice san Pablo en la segunda lectura: «para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y dignidad» (1 Tm 2,1-8). Pero es sobre todo Jesús, en el Evangelio de hoy, quien hace una propuesta inesperada: «Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando este falte, os reciban en las moradas eternas».

¿Serán entonces los pobres los porteros del Paraíso? Al parecer, sí. Según Mt 25,11-12, Jesús será el Juez que decida quién puede entrar en el Reino de los Cielos: «¡Señor, Señor, ábrenos!». Pero él respondió: «En verdad os digo: no os conozco». Y de manera semejante en Mt 7,22-23: «Aquel día muchos me dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre? ¿Y en tu nombre no hemos expulsado demonios? ¿Y en tu nombre no hemos hecho muchos milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad”».

Aquí, en Lc 16,9, suena un poco distinto. Así lo explicaba un catequista de Mozambique a sus catecúmenos, según el relato de un misionero compañero:

Cuando lleguemos a las puertas del Paraíso y llamemos para poder entrar – sí, porque el Paraíso tiene puertas, ¡no entra cualquiera! – aparece san Pedro, a quien Jesús confió las llaves del Reino de los Cielos, y preguntará: – «¿Quién eres tú?» – «Soy fulano de tal». Pero ¿cómo hará Pedro para conocer a todos? Muy sencillo: Pedro gritará hacia dentro y preguntará: – «Eh, amigos, aquí hay un fulano de tal que pide entrar; ¿alguien lo conoce?». Entonces alguien dirá (¡al menos eso se espera!): – «Sí, le conozco, me dio de comer muchas veces». Y otro: – «Yo también le conozco, me visitó muchas veces cuando estaba enfermo». Y otro más: – «Me dio ropa para vestirme». Entonces Pedro abrirá la puerta: – «Entra, amigo, eres de los nuestros».

Pero si desde dentro mueven la cabeza diciendo que no lo conocen, ¡entonces sí que habrá serios problemas!

Parece, pues, que los pobres son el jurado de san Pedro. Por eso Jesús recomienda: «Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando este falte, os reciban en las moradas eternas». Por eso no duda en ponernos al «administrador deshonesto» como ejemplo de astucia.

¡Casi se diría que, para entrar en el Paraíso, hacen falta recomendaciones! Pero no para san Pedro, sino para los pobres, y aquí en la tierra, ¡antes de que sea demasiado tarde!

Manuel João Pereira Correia, mccj

Administradores sagaces

Un comentario a Lc 16, 1-13

Después de las parábolas de la misericordia (capítulo 15), que hemos leído el domingo pasado,  Lucas nos cuenta a continuación (capítulo 16) otra parábola que nos habla de nuestra responsabilidad en la vida. En mi Biblia la titulan “Parábola del administrador sagaz”. Pues muy bien, de eso se trata precisamente: de ser sagaces, inteligentes, astutos, de saber aprovechar los dones que recibimos para “ganar amigos”, es decir, para hacer el bien, practicar la justicia y crecer en el amor.

Conviene anotar en seguida que Jesús no está haciendo el elogio de las “males artes” del administrador de la parábola, sino que nos quiere hacer reflexionar sobre cómo gestionamos los dones que tenemos; dones que hemos recibido para administrarlos adecuadamente, sin ser sus verdaderos dueños.

Para entender bien esta parábola, acudo a algunas citas bíblicas, que nos pueden ayudar a colocarla en el contexto general de la Biblia:

1. Los dones recibidos son eso: “dones”; no son conquista nuestra como a veces tendemos a creer con un falso orgullo

“¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?”. Así dice San Pablo a los Corintios” (1Cor 4, 7). Expliquémoslo a nuestro modo: Pongamos que tú eres muy inteligente: ¿Acaso te has hecho inteligente a ti mismo o es algo que has heredado gratuitamente? Entonces, ¿Por qué te ufanas de ser más inteligente que otros, como si esa inteligencia fuese mérito tuyo? Jesús te diría: Ya que has recibido el don de ser inteligente, aprovecha esa inteligencia – o esa hermosura, o cualquier otro don- para alabar a Dios, como fuente de todo bien, y para poner ese don al servicio de los demás. Como dice el poeta indio, “la vida se nos da gratis y la merecemos dándola”.

2. La vida no depende de las riquezas

“Tengan mucho cuidado con toda clase de avaricia; que, aunque se nade en la abundancia, la vida no depende de las riquezas”. Así habla Jesús antes de contar la parábola del rico insensato. Los bienes pueden ser un instrumento útil, pero nunca un fin definitivo. Por eso, si has logrado alguna riqueza, procura administrarla bien, es decir, que esa riqueza sirva para el bien de ti mismo, de tu familia y de otras personas. No pongas toda tu esperanza en las riquezas, sino en el bien que con ellas puedes hacer.

3. Hay que saber contentarse con lo necesario

“La religión es ciertamente de gran provecho, cuando uno se contenta con lo necesario, pues nada hemos traído al mundo y nada podremos llevarnos de él”. Así avisa San Pablo a Timoteo (1Tim 6,6). Un día nos iremos de este mundo y sólo llevaremos con nosotros el amor que hemos sembrado, incluso con los bienes materiales. No nos angustiemos por tener mucho, sino hagamos de nuestra vida un lugar de amor. Eso quedará para siempre.

4. Portarse como hijos de la luz

“Pórtense como hijos de la luz, cuyo fruto es la bondad, la rectitud y la verdad”, dice la carta a los efesios (Ef 5,8).

El administrador sagaz, inteligente, astuto, es aquel que aprendió todo esto y sabe gestionar su vida, utilizando los dones recibidos para dar frutos de bondad, rectitud y verdad. Podemos aplicar aquí una frase de San Francisco de Sales sobre el dinero, pero que es aplicable a cualquier otro don: “El dinero es como una escalera: si la llevas sobre los hombros te aplasta; si la pones a tus pies, te eleva”
P. Antonio Villarino, mccj

El compartir le quita a la riqueza ‘veneno’ de deshonestidad

Amós 8,4-7; Salmo 112; 1Timoteo 2,1-8; Lucas 16,1-13

Reflexiones
El evangelista Lucas manifiesta a menudo un juicio crítico hacia el dinero, la riqueza, la acumulación de bienes… Varios pasajes del Evangelio de estos domingos dan razón de ello: las parábolas del rico insensato, el administrador infiel, el rico malo y otras. Para Lucas, siempre muy sensible ante la situación de los pobres y necesitados, el dinero tiene a menudo una nota de ambigüedad, sospecha, deshonestidad, injusticia, peligrosidad, poca transparencia... La admonición vale también para hoy de cara a las muchas formas de enriquecimiento ilícito: especulación, usura, chanchullos financieros, corrupción, blanqueo de dinero negro (Lucas lo llamaría deshonesto, v. 9.11) por droga, mafia, secuestros…

Ya desde los primeros siglos, la tradición cristiana hizo suyo este mensaje sobre el valor, el uso y el peligro de la riqueza. La palabra de algunos Padres de la Iglesia es elocuente y dura. S. Basilio escribe: “¿No eres tú un ladrón cuando consideras como tuyas las riquezas de este mundo, riquezas que se te entregaron solo para que las administrases?”. Y S. Ambrosio: “No debemos considerar riqueza lo que no podemos llevar con nosotros. Porque lo que debemos dejar en este mundo no nos pertenece, es de los demás”. Por su parte, S. Juan Crisóstomo tiene una vasta y provocadora enseñanza en esta materia, que se puede resumir así: “El rico o es un ladrón o es hijo de ladrones”. Se puede no compartir algunas expresiones, pero toda persona sabia se ha de confrontar honestamente con ellas.

Las costumbres del dinero injusto y deshonesto son tan antiguas como el mundo. El profeta Amós (I lectura), en el siglo VIII antes de Cristo, en una época de esplendor del reino de Israel, denunciaba con tintas de fuego a los que se enriquecían sobre la piel de los pobres y de los humildes (v. 4), hasta el punto de “comprar por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias” (v. 6); eran ansiosos de ganar dinero con las conocidas astucias de los comerciantes: jugar sobre los tiempos, falsear medidas y balanzas... (v. 5). Mil años después, lo repetía S. Basilio contra los usureros de su tiempo: “Tú explotas la miseria, sacas dinero de las lágrimas, estrangulas al desnudo, aplastas al hambriento”. (*)

El administrador del que Jesús habla en la parábola (Evangelio) es infiel y astuto. Es infiel, porque ha abusado de la confianza de su amo, ha derrochado sus bienes, mereciéndose que le despidan (v. 1-2). Ha prevaricado, ha sido deshonesto y corrupto. En cuanto a la mala gestión de los bienes de su amo el juicio es negativo. Hay que subrayarlo, antes de proceder a la segunda parte de la parábola, en la cual, sorprendentemente, se felicita al administrador. La alabanza que le reserva su amo (v. 8) se limita tan solo a la manera astuta de salir del apuro, buscando amigos para su futuro incierto. Él sabe transformar el dinero en una ocasión de compartir; su astucia consiste en usar el dinero para crearse amigos. “Podríamos decir que el malhechor se hace bienhechor” (E. Ronchi). La parábola enseña a crearse amigos, a rodearse de afectos, a procurarse relaciones verdaderas y profundas, útiles para el futuro

La praxis de entonces era diferente a la de hoy. Según la costumbre tolerada en aquellos tiempos en Palestina, los administradores - ya que no se les pagaba con un estipendio - tenían derecho a sacar su paga del porcentaje añadido a los préstamos concedidos a los deudores de sus amos. La ganancia personal de los administradores consistía en la diferencia entre el préstamo real y los intereses registrados en el recibo. El astuto administrador de la parábola no quita a su amo la cantidad que le corresponde; sencillamente reduce el recibo del deudor a la cantidad real, renuncia a la parte de intereses que le correspondería, favoreciendo así a los eventuales futuros amigos, los cuales, de esta manera, pagarán a su amo solo la deuda neta, sin intereses ni usura. La astucia del administrador consiste en renunciar a un interés económico inmediato, con vistas a conseguirse nuevos amigos para el futuro. Hay aquí una invitación a no invertir en cosas perecederas, sino en valores que permanecen. Para Jesús estos valores son ante todo dos: el compartir los bienes con los pobres con vistas a las moradas eternas (v. 9) y la libertad frente a las cosas que esclavizan el corazón (v. 13).

Se trata de una fuerte invitación a abrir el corazón, a ser sensibles a los demás. Esta apertura, afirma San Pablo (II lectura), se inspira en el Corazón de “Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (v. 3-4). De veras, todos: un adjetivo que Pablo repite cuatro veces (v. 1.2.4.6), para subrayar el plan generoso de Dios (v. 4), la obra de Cristo (v. 6), la dimensión universal de la oración del cristiano (v. 1-2.8), llamado a ser en todas partes mensajero de Cristo (v. 7).

Palabra del Papa

(*) La Madre Teresa de Calcuta “se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes - ¡ante los crímenes! - de la pobreza creada por ellos mismos”.
Papa Francisco

Homilía en la canonización de la Beata Teresa de Calcuta, 4-9-2016

P. Romeo Ballan, MCCJ

NO SOLO CRISIS ECONÓMICA
Lucas 16,1-13

“No podéis servir a Dios y al Dinero”. Estas palabras de Jesús no pueden ser olvidadas en estos momentos por quienes nos sentimos sus seguidores, pues encierran la advertencia más grave que ha dejado Jesús a la Humanidad. El Dinero, convertido en ídolo absoluto, es el gran enemigo para construir ese mundo más justo y fraterno, querido por Dios.

Desgraciadamente, la Riqueza se ha convertido en nuestro mundo globalizado en un ídolo de inmenso poder que, para subsistir, exige cada vez más víctimas y deshumaniza y empobrece cada vez más la historia humana. En estos momentos nos encontramos atrapados por una crisis generada en gran parte por el ansia de acumular.

Prácticamente, todo se organiza, se mueve y dinamiza desde esa lógica: buscar más productividad, más consumo, más bienestar, más energía, más poder sobre los demás… Esta lógica es imperialista. Si no la detenemos, puede poner en peligro al ser humano y al mismo Planeta. Tal vez, lo primero es tomar conciencia de lo que está pasando. Esta no es solo una crisis económica. Es una crisis social y humana. En estos momentos tenemos ya datos suficientes en nuestro entorno y en el horizonte del mundo para percibir el drama humano en el que vivimos inmersos.

Cada vez es más patente ver que un sistema que conduce a una minoría de ricos a acumular cada vez más poder, abandonando en el hambre y la miseria a millones de seres humanos, es una insensatez insoportable. Inútil mirar a otra parte. Ya ni las sociedades más progresistas son capaces de asegurar un trabajo digno a millones de ciudadanos. ¿Qué progreso es este que, lanzándonos a todos hacia el bienestar, deja a tantas familias sin recursos para vivir con dignidad?

La crisis está arruinando el sistema democrático. Presionados por las exigencias del Dinero, los gobernantes no pueden atender a las verdaderas necesidades de sus pueblos. ¿Qué es la política si ya no está al servicio del bien común?

La disminución de los gastos sociales en los diversos campos y la privatización interesada e indigna de servicios públicos como la sanidad seguirán golpeando a los más indefensos generando cada vez más exclusión, desigualdad vergonzosa y fractura social. Los seguidores de Jesús no podemos vivir encerrados en una religión aislada de este drama humano. Las comunidades cristianas pueden ser en estos momentos un espacio de concienciación, discernimiento y compromiso. Nos hemos de ayudar a vivir con lucidez y responsabilidad. La crisis nos puede hacer más humanos y más cristianos.
José A. Pagola