Último de once hijos, el P. Igino Benini provenía de una familia profundamente cristiana, de trabajadores de la tierra.Y precisamente en el ámbito de la familia y de la parroquia tuvo origen su vocación. “Tenía once años cuando gané el premio Roma en el certamen catequístico de la Asociación Muchachos Católicos de Italia y fui escogido para representar a la diócesis de Verona delante del Papa Pío XI. Vuelto de Roma, sentía en mí un intenso deseo de ser sacerdote. Entonces terminé la primaria y entré en el seminario diocesano. ¡Cuántos sacrificios de mis padres y de toda la familia! Pero aprendí la lección de que para obtener algo de la vida era necesario mucho sacrificio, muchas renuncias”.
En el seminario, con el tiempo, maduró la vocación misionera: “Envidiaba a los seminaristas combonianos que venían a la escuela con nosotros y me parecían todos santos que custodiaban en el corazón el ideal más grande que se pueda imaginar: llevar a Jesús a los hombres que no lo conocen. Su ideal terminó por fascinarme. Durante algunos años resistí a la voz del Señor, después me rendí y cedí a la voz del Espíritu”. En su diario, el P. Igino continúa: “Un día de fines de abril de 1946, mientras la banda del pueblo tocaba en un clima de fiesta, a bordo de una calesa adornada con flores y banderines, me preparaba para marchar a África. Hubo el último llanto, el último abrazo con mi madre y después mi bendición con la percepción de que no nos veríamos más en esta tierra- como de hecho ocurrió”.
Después de un período de rodaje en la misión de Mupoi, el P. Igino fue desviado a Naandi y el 19 de enero de 1952 a Nzara como superior de aquella misión que estaba casi en los principios. La fundación de la misión, en efecto, lleva fecha 31 de octubre de 1951. Notemos que Nzara se encontraba en la zona reservada a los protestantes, pero el P. Igino, con su carácter cordial, convenció a las autoridades a hacerle espacio y transformó la humilde capilla en una hermosa iglesia con una casa para los misioneros y las hermanas. Contemporáneamente comenzaron las conversiones. Las primeras en pedir el bautismo fueron las mujeres de los cristianos que vivían el matrimonio more pagano.
El trabajo entre los muchachos fue más difícil, porque asistían a las escuelas protestantes. Pero pronto los grupos de los que se iban a bautizar se sucedían a breve distancia, haciendo aumentar el trabajo de los misioneros. El diario de la misión resume la actividad del P. Igino y los hermanos con estas palabras: “Trabajan de común acuerdo y con tanta alegría, insistiendo sobre la formación de los catequistas, sobre la explicación del catecismo, las visitas a las aldeas y a los leprosos y en el ejercicio de la caridad”. “El amor al catecismo – prosigue el P. Igino – me fue inculcado por el P. Ernesto Firisin, el hombre de la Palabra de Dios, uno de los más grandes intérpretes del carisma comboniano, humilde, celoso apóstol, de intensa vida espiritual que sabía en verdad hacer causa común con todos”. Una de las primeras iniciativas que el P. Igino introdujo en Nzara fue la Legio Mariae, seguro de que la Virgen habría hecho prodigios. Y fue así. Después fundó el Bino Eklesia (el campo de la Iglesia). Cada cristiano debía recortar un pedacito de su campo para cultivar productos para los pobres. La llegada de las hermanas, el 22 de mayo de 1954, contribuyó a resolver el problema de la formación de las mujeres y las muchachas. La Peregrinatio Mariae que el P. Igino quiso en todas las aldeas, sirvió para incrementar la fe y la devoción a la Virgen.
En 1960, el P. Igino fue expulsado de Sudan meridional. Sin embargo tuvo el privilegio de poderse parar en Kartum, donde continuó su vida misionera como si hubiera acabado de llegar de Italia, sin pronunciar nunca una palabra de amargura por la expulsión del sur. Estaba seguro de que si Dios lo había querido en Kartum, tenía sus buenos motivos. En efecto, la Providencia le preparó una abundante mies para cultivar. En 1977 lo encontramos de párroco en la parroquia de S. José, erigida canónicamente en aquel año. Durante veinticinco años el P. Igino dirigió también los grupos de jóvenes (nadi) que huían del Sur a causa de la guerra. Les enseñaba las oraciones y el catecismo y, cuando estaban prontos, eran bautizados. Además de evangelizador, fue el hombre de la caridad con todos aquellos pobres, necesitados de todo.
El bien que el P. Igino hizo fue inmenso porque no estaba jamás cansado de catequizar. Tradujo también el catecismo y un par de libros de oraciones a varias lenguas, para salir al paso de las exigencias de los jóvenes del Sur que no conocían el árabe y hablaban sus lenguas. Cuando en 1990 se presentó la ocasión de volver a Sudan Sur, fue el primero en marchar, a pesar de la edad avanzada y la situación todavía peligrosa a causa de la guerra. En 1994 tuvo que volver a la patria por motivos de salud.Fue a Gozzano donde gastó los once últimos años que le quedaban en el ministerio (estaba hambriento de ministerio) y en el cultivo del huerto.
Algún mes antes de la muerte, el P. Igino se había dirigido a Milán para cuidados médicos. Aquí, durante la celebración de las vísperas del 28 de septiembre de 2005, el Señor vino a llevarlo. Después del funeral en Milán, el cadáver fue llevado a Verona, donde reposa en la capilla de los Combonianos en el cementerio de la ciudad.