Penúltimo de siete hermanos, Francesco Rinaldi Ceroni provenía de una familia acomodada de agricultores, con una vida cristiana sinceramente vivida. Baste pensar que seis componentes de la familia, entre hermanos y pri-mos, abrazaron la vía del sacerdocio. Entre ellos también el P. Antonio, Comboniano, hermano menor del P. Francesco.
Después de la escuela elemental, Francesco entró en el seminario de Imola, con el propósito de hacerse sacerdote. En el corazón, sin embargo, sentía ya la vocación misionera. En efecto, sus lecturas preferidas eran las revistas misioneras, en particular “La Nigrizia” y la vida de Comboni del P. Giuseppe Beduschi. Durante la escuela media (Francesco tenía 14 años), el P. Stefano San-tandrea fue a visitar el seminario de Imola y habló a los alumnos de la voca-ción misionera. Después de la conferencia, el joven Francesco se acercó al misionero diciendo que se habría hecho misionero. El P. Santandrea le res-pondió: “Si Dios quiere nos veremos en África”.
En 1940, Francesco entró en el noviciado de Florencia, donde era maestro el P. Stefano Patroni. En los votos (7 octubre 1942), le fue entregado el cruci-fijo de madera que se usaba entonces. El lo conservó como una preciosa reliquia, aunque en tantos años de misión se rompió varias veces, tanto que lo tenía unido mediante un hilo de hierro. A su muerte lo quiso cerca de la caja.
El 6 de junio de 1948 fue ordenado sacerdote en Verona, en la capilla de la Casa Madre, por Mons. Girolamo Cardinale, obispo de Verona. En la estampa escribió su programa: “Almas, no honores; almas, no amores; almas, no dinero”. Y después firmó: P. Francesco Rinaldi Ceroni hijo del Sagrado Corazón y Misionero Comboniano”. Nombre inusual en aquel tiempo.
De 1948 a 1950 lo encontramos en el Líbano para el estudio del árabe, con vistas a la misión de Sudan meridional. En enero de 1950 estaba en Wau donde encontró al P. Saturno Stefano Santandrea. Su primer ministerio fue el de segundo vicario de la catedral de Wau y secretario de Mons. Eduardo Mason. Contemporáneamente estudió inglés y se entregó en alma y cuerpo al ministerio entre la gente. Era famoso por su capacidad de combinar nue-vos matrimonios y de resolver los que amenazaban disgregarse, tanto que fue llamado “abuna matrimonio”.
En 1956, inmediatamente después de la independencia de Sudan, fue uno de los primeros en ser expulsado, exactamente el quinto. Aquello fue para él un golpe mortal, “una condena a muerte”, como dirá Consiguió poder detenerse en el norte, en El Nahum, pero encontrándose en un ambiente musulmán, no pudo ejercer el ministerio como deseaba y esto lo mortificó grande-mente. El P. Francesco, en efecto, nutría una auténtica pasión por la misión. No sólo amor, era verdadera pasión, y esta pasión lo llevaba a ser particu-larmente celoso, a veces incluso demasiado, rozando la exageración. Safaris, visitas a los cristianos, catequesis, sacramentos, escuela… lo tenían ocupado de la mañana a la noche.
Del 1957 a 1959 estuvo en Rebbio para las jornadas misioneras. En 1959 pidió marchar a Brasil Sur, diócesis de São Mateus, pero su corazón estaba siempre en África, en la misión de primer anuncio. Entre tanto los Combonianos abrieron otras misiones en varios países de África y el P. Francesco pidió ser mandado allí. En 1968 lo encontramos en Congo, en la misión de Ndedu donde permaneció hasta 1972.
Después de una etapa en Italia de 1972 a 1974, volvió definitivamente al Congo, en la zona de los Azande, en particular en la diócesis de Dungu y más adelante en la de Isiro, misión de Rungu. Permaneció hasta 2005 por un total de 58 años de vida misionera. Años vividos intensamente, siempre en primera línea. Cuando se enfermó, volvió a Verona.
Hombre de profunda oración, amante también de las fórmulas, era fiel a la oración personal y comunitaria. En su misión, los tres miembros de la comunidad estaban habituados a levantarse a las 5.30, para poder hacer una hora de meditación antes de la misa. Y bien, todos de acuerdo, establecieron le-vantarse a las 5.00, para dedicar media hora más a la oración, antes de co-menzar el trabajo. Un punto fuerte para el P. Rinaldi Ceroni fue la obediencia a la voluntad de Dios, que no excluía largas discusiones con los superiores ni se rendía a la primera objeción, sino que quería llegar al fondo de las cosas; al final, sin embargo, la obediencia tenía la última palabra.
Después de haber sabido la enfermedad que lo habría llevado a la muerte, escribió al Superior General: “Hoy, 28 de julio de 2005, la Providencia de Dios me ha hecho un regalo. A través de la respuesta del Director de nuestro Centro Enfermos he sabido que tengo un tumor en el páncreas, irreversible. He aquí fijada por el buen Dios la última parte de mi apostolado de la ya lar-ga vida de misionero: fiat voluntas Dei”. Definía la enfermedad un regalo de parte del Señor. Después añadió: “Renuevo con toda mi fe, mi voluntad decidida e irrevocable de morir en la santa Iglesia católica de la que siempre me he sentido hijo, a pesar de mis faltas y mis tantos pecados, y de morir en la querida Congregación de los Misioneros Combonianos. Y ruego al Señor que me tenga misericordia en aquel día, confiando en la maternal asistencia de María”.
En el Congo sufrió mucho, a causa de su carácter fuerte pero, sobre todo, a causa de los guerrilleros: “En una emboscada me han quitado el jeep, en la segunda, la moto y en la tercera la bicicleta. Me han quitado todo y me han apuntado con el fusil. Yo les mostraba mi crucifijo y me dejaban ir”.
Pero tuvo también muchas jornadas de gran alegría. Recordamos cuando una joven religiosa Comboniana que emitió los primeros votos en septiembre de 2005, vino a encontrarlo a Verona para agradecerle la vocación: se llamaba Federica, era una niña de 8 años, cuando había escuchado una predicación del P. Francesco sobre la belleza de la vocación misionera. En su corazón decidió hacerse Comboniana y, cuando su sueño se realizó, vino a dar las gracias al P. Francesco que aquel día estaba particularmente contento, porque había quien continuaba su vocación.
Carácter siempre alegre y optimista, no conoció jamás las palabras depre-sión, pesimismo, cansancio. Incluso a las puertas de la muerte se mostró sereno y contento de encontrarse con el Señor al que había dado a conocer a los hombres en África y Brasil. Expiró a las 14.22, asistido de la enfermera Graziella y del Hno. Simone Della Monica. “En este último instante – escribe Graziella – nos hemos dado la mano y nos hemos dicho hasta la vista… Mientras te tenía la mano, has respondido sí a mi invitación a rezar, después tu respiración se ha hecho débil y así nos has dejado”.
El P. Francesco había preparado dos libros de memorias misioneras, uno en francés y otro en italiano, con vistas a una animación misionera y voca-cional. El funeral, que caía precisamente en el día dedicado a los mártires misioneros, tuvo lugar en la Casa Madre, después el cadáver fue llevado a la Catedral de Imola donde, con la presencia del Obispo y de muchísimos sacerdotes y fieles, se tuvo una tarde de oración y, al día siguiente hubo un segundo funeral. Las dos ceremonias fúnebres han sido una fiesta, porque to-dos sentían que estaban dando el adiós a un santo. El P. Francesco ha sido enterrado en su pueblo, en la tumba de familia. Él y el hermano, P. Antonio, muerto en 1995, son dos columnas del Instituto Comboniano, verdaderos misioneros al estilo de Comboni. Desde el cielo nos obtengan vocaciones de su calibre.