El P. Enrico Galimberti nació en Seregno, siendo sus padres Teresa y Juan Galimberti, el 13 de septiembre de 1927. Después de elegir entrar en el seminario diocesano a los 13 años nació en él la vocación misionera. En un primer momento el padre se opuso, pero luego dio su autorización y Enrico pudo proseguir sus estudios en el Instituto.
El 7 de junio de 1952 fue ordenado sacerdote por el Beato Card. Ildefonso Schuster. En 1955 se le destina a Bolonia, a sustituir al P. Romeo Panciroli, director de la entonces Editorial Nigrizia, que luego fue la EMI (Editorial Misionera Italiana), y de “Amigos de los Leprosos”. Debía haber sido un encargo de pocos meses pero el P. Enrico permaneció en él durante diez años.
El P. Enrico es considerado el fundador de la asociación ‘Amigos de los Leprosos. En una entrevista que le hizo el P. Lorenzo Gaiga, dice: “Una de las cosas más bellas de este período, nos encontramos en 1955, fue descubrir un libro de Raoul Follereau, un desconocido en Italia en aquellos tiempos. El título era ‘Si Cristo llamara a tu puerta’. Lo pedí a París y lo devoré en una noche. Se lo hice leer al P. Enrico Bartolucci, entonces director de Nigrizia, y al P. Raffaele Gagliardi, director del Piemme, quien en pocos días lo tradujo estupe-ndamente. El libro tuvo un gran éxito y se tradujo a muchas otras lenguas. Pero la cosa no acabó allí, es más, allí empezó… Así nació la asociación ‘Amigos de los Leprosos’… La lucha contra la lepra fue dura, pero consiguió bellas victorias. Ahora existen otras lepras a las que hay que vencer: la asociación, que hoy se llama ‘Amigos de Raoul Follerau’, lucha también contra ellas”.
En 1965, el P. Enrico expresó su deseo de ir a misiones y, como sabía francés, pensaba ir a Togo, Burundi o Congo. Sin embargo el 7 de diciembre de 1965 marchaba a Brasil, donde permaneció el resto de su vida: siete años y medio en Agua Doce, once en Taguatinga, seis en São Paulo como ecónomo provincial, diez en Ecoporanga, donde vivió las tensiones sociales relacionadas con los Sin tierra y el problema del latifundismo y, desde febrero de 1999, en São José do Rio Preto. En esos años construyó 38 iglesias, un hospital, una re-sidencia de ancianos y la sede de las revistas combonianas de Brasil.
En São José do Rio Preto, en el estado de São Paulo, fue encargado de coordinar la comunidad de los misioneros ancianos.
Mientras tanto, llegó a ser párroco de la parroquia de São Pedro y São Paulo, administrador parroquial, y tesorero (“sin tesoro”, como le gustaba repetir) de la obra sociedad São Judas Tadeu, una escuela profesional para recuperar a los jóvenes de la calle, que les ofrecía una educación y un aprendizaje profesional para evitar que llegasen a convertirse en marginados de la sociedad o criminales.
A propósito de esta escuela, en 2006 escribía: “El 18 de diciembre de 2005, tuvimos una gran alegría: 65 adolescentes, que frecuentaron en estos años nuestra escuela profesional, terminaron el curso, 28 secretarios, 9 carpinteros, 12 alfareros y 16 tipógrafos. En todos estos años 65 grupos se sumergieron en el mundo del trabajo, salvados de la calle”.
En diciembre de 2009 volvió a curarse en Italia. Últimamente se encontraba en el Centro para Enfermos de Milán, donde murió el 14 de septiembre de 2010.
El P. Angelo Carlo Zen, recordando al P. Enrico, subrayó su “fidelidad a la vocación, ante todo, a la oración y al horario de la comunidad. Incluso teniendo un carácter fuerte e impulsivo, sabía reconocer sus errores y pedía perdón. A pesar de que, a veces, pudiera aparecer algo cerrado y encontradizo, tenía un corazón de oro y era muy jovial: nos ha dejado veintidós librillos de chistes, no solo para hacernos reír sino también para que reflexionemos”.
El P. Pietro Bracelli, su compañero en la administración de la provincia de São Paulo, estuvo a su lado en los últimos días de su enfermedad en Milán. Escribe: “Su vida la vivió con generosidad. Más que las palabras, valoraba la disposición interior que lo orientaba en todo momento. Sus características humanas, tanto en los límites como en sus cualidades positivas se conformaban a la certeza y confianza en Dios al que siempre se refería, con la oración personal, litúrgica y comunitaria. Nunca titubeó sobre su vocación misionera. Estaba seguro de la llamada y su fidelidad era conocida por todos. En la enfermedad, en los últimos días, noté un distanciamiento verdadero de esta vida terrena. Vivía en silencio el acercamiento del gran día. Poco a poco se distanciaba de las cosas”.