“El P. Carlo habiendo vivido serenamente, serenamente nos ha dejado, mientras las campanas de la ciudad de Verona tañían el toque del Ángelus”. Con estas palabras dio inicio la homilía que el P. Aleardo De Berti pronunció en el funeral.
Había nacido en Selva di Progno el 16 d diciembre de 1919. Asistió a la escuela secundaria y enseñanza superior en el seminario episcopal de Verona. En el año 1940 solicitó dejar el seminario diocesano para entrar en el noviciado comboniano de Venegono. Transcurridos dos años de noviciado emitió los votos temporales y, el 29 de junio de 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, fue ordenado sacerdote. Su currículo formativo misionero se desarrolló todo él durante los cinco años bélicos.
Después de la ordenación, trabajó en la Casa Madre como adscrito al ministerio en S. Tomio y como ayudante reclutador para la casa de Padua. Transcurridos algunos meses en Inglaterra para estudiar el inglés, en el año 1947 inició su larga vida misionera saliendo para Jartum, donde tuvo su bautismo de fuego. Fue destinado al Comboni College como profesor de estenografía e historia civil europea. Eran materias que no conocía – “el querido P. Stellato me da lecciones de estenografía” – pero había aceptado por aquello de la obediencia ciega, como se exigía en aquellos tiempos, pero que sin embargo no operó el milagro. El joven misionero entró en profunda crisis, superada después gracias a la ayuda de un superior sabio y comprensivo.
En mayo de 1953 volvió a Italia por un breve período de tiempo de descanso y en noviembre de aquel mismo año, fue destinado a Uganda, donde permaneció por 22 largos años (1952-1974) y donde pudo sentirse más realizado en el apostolado y el ministerio ordinario sirviendo en varias comunidades eclesiales y religiosas en las diócesis de Gulu y de Arúa, llegando a conocer bien las lenguas locales.
Su primera misión (de 1952 a diciembre de 1955), en la Diócesis de Gulu, fue Kalongo, entre el pueblo acholi. Años más tarde la describía así: “Tantas capillas esparcidas en un amplio radio me ofrecen la oportunidad de hacerme experto en la visita a los poblados. En la misión, por aquellos años, comienzan los trabajos que en pocos años harán de Kalongo el centro asistencial que todos conocen”.
A finales de 1955 fue a Nyapea, entre los alur. De aquí dice: “nutridos grupos de catecúmenos, bautismos, primeras comuniones, matrimonios incontables. El buen P. Domenico Spazian, encargado del registro de la misión, dice que no da abasto a escribir”.
En 1957, al pasar a la Diócesis de Arua, trabajó por más de cinco años entre los Jonam, población en la zona de Pakwach a orillas del Nilo plagada de mosquitos, hasta el punto que en los laúdes dominicales donde se invita a todas las criaturas a albar al Señor, el P. Carlo añadía: “mosquitos todos del río, bendecid al Señor”.
En octubre de 1962 volvió a Italia para un año de vacaciones que pasó ayudando en el ministerio en S. Tomio y por unos meses en Carraia.
En octubre de 1963 fue enviado a Warr por ocho meses. En 1964 pasó a Paida, una misión en sus comienzos donde “los cristianos siguen con entusiasmo a los misioneros”.
Por este tiempo en el vecino Congo se extendía la guerra civil que convulsionó también West Nile, y en Sur Sudán los combonianos fueron expulsados. En aquella ocasión el P. Carlo escribió al Superior General (Gaetano Briani) para expresar su pésame por la prueba que los hermanos expulsados tenían que sufrir. A esta expulsión siguió otra de cinco hermanos de la diócesis de Gulu y cinco de Arua, el 15 de enero de 1967. El P. Carlo tuvo que pasar de Paidha a Nyapea para ocupar el puesto que quedó vacío. También trabajó en las misiones de Orussi y Arua-Ediofe.
En su trabajo misionero el P. Carlo demostró una gran seriedad y humildad. En su dossier personal no aparecen muchas noticias. Cuando regresó de la misión y durante los muchos años que vivió en Italia no habló mucho de sus años de Uganda. Podemos recordar que para complacer al obispo, trató de establecer una capilla a orillas del lago Victoria, para favorecer a muchos pescadores que desde el punto de vista espiritual estaban bastante abandonados.
El P. Carlo siempre tuvo relaciones cordiales con los compañeros de misión y se hicieron proverbiales su “brío” y su alegría contagiosa.De 1975 al 2003 permaneció en Verona, en S. Tomio. Para describir este periodo transcribimos una parte de la homilía del P. De Berti: “Durante más de 27 años fue confesor infatigable de fieles laicos y consagrados. Casi el 50 por cien de su vida activa sacerdotal y misionera estuvo consagrada exclusivamente al ministerio del sacramento de la penitencia. Los que vivieron con el p. Carlo, compartiendo el mismo ministerio sacerdotal pueden atribuirle el dicho, tal vez un tanto presuntuoso, “si martirio es confesar a Cristo ante los hombres, es igualmente un martirio confesar hombres y mujeres ante Dios”.
En Verona el P. Carlo era conocido como hombre con capacidad de escucha, paciente hasta el heroísmo, sabio en el discernimiento, comprensivo en los problemas espirituales complejos, seguro en las decisiones y firme en la guía. Tuvo penitentes de grandes responsabilidades civiles y religiosas.
En comunidad siempre estaba de buen humor, era un excelente narrador de historias (verdaderas, falsas o abultadas) para mantener alegre la comunidad. Le gustaba hablar de Selva di Progno, su aldea natal, de su valle y de sus antiguos moradores, los cimbrios. Se alegraba al vernos contentos. Con él se reía; en la mesa, si faltaba él, reinaba un silencio monacal.
En el último tramo de vida misionera, 2003-2011, menester es recordar su traslado de S. Tomio. Donde era considerado una institución, a la enfermería de la Casa Madre. Allí la enfermedad y la edad avanzada exigieron un modo distinto de vivir la vida misionera.
El P. Carlo en la Casa Madre sufrió más interiormente que físicamente. Su situación personal y el ambiente de sufrimiento vivido por los hermanos en dificultad hicieron aflorar en él una fuerte emotividad, muchas veces incontenible. Se fue adaptando paulatinamente, aceptó la cruz, se resignó a los designios de Dios, pero perdió su “brío” y su lado humorístico de un tiempo; amaba la soledad, era silencioso y oraba esperando el examen final.
Quiero recordar nuestro último encuentro, sábado por la tarde, 17 de septiembre de 2011. El P. Carlo me susurró con nitidez: “yo soy el P. Carlo Cappelletti”. Nos miramos a la cara con una sonrisa prolongada. Fue el saludo de la separación. Interpreté aquel gesto, nunca realizado anteriormente, como humorístico, pero era una señal”.