El P. Aldo Accorsi había nacido el 10 de abril de 1935. Hijo de Luigi Accorsi y Adele Macchion, era el tercero de cuatro hermanos. El padre, gran trabajador, hizo muchos sacrificios para llevar a la familia del campo a la ciudad. Finalmente adquirieron una casa en Rovigo. “Para ir a la iglesia parroquial – recuerda el P. Aldo en la memoria autobiográfica que ha dejado – había que recorrer un buen tramo de camino para atravesar la ciudad y llegar a la iglesia de San Francisco. Recuerdo que un día mi oración en la catedral era tan devota que olvidé los cuadernos recién comprados”.
Estalló la guerra y la familia tuvo que mudarse por un periodo con los tíos. Aldo, para recuperar el año escolar 1944-1945 a causa de la guerra, por la mañana asistía el cuarto de primaria y por la tarde el quinto. Quería ser ingeniero para construir puentes: lo había impresionado una frase del párroco que hablaba de construir un puente especial para unir los hombres con Dios. Y fue precisamente ese pensamiento que poco a poco maduró en él y lo condujo a entrar al seminario.
En aquellos años, comenzó a sentir el deseo de ser misionero. En su memoria autobiográfica describe como en 1957 dejó el seminario de Rovigo, donde estaba por iniciar el tercero de teología, y entró con los misioneros Combonianos. Había logrado ir a Padua, para asistir al Congreso Nacional Misionero, y había pedido encontrarse con el P. Antonio Todesco, entonces Superior General y paisano suyo porque también era de Rovigo. Le contó que desde hacía mucho tiempo pensaba ser misionero pero que no se había puesto en contacto con el Instituto porque cada que terminaba un año escolar se encontraba “agotado”.
El instituto comboniano no fue el único que el P. Aldo contactó. Para realizar su deseo y tomar la mejor decisión, fue a conocer varios institutos misioneros a pesar de sus problemas de salud que reaparecían periódicamente. Los institutos, de parte suya, dándose cuenta de la situación, le pidieron que se sometiera a controles médicos; de ellos resultó “no apto para la vida misionera”. A pesar de eso, el P. Antonio Todesco, que estaba al corriente, siguió apoyándolo y dijo que lo pondría a prueba, comenzando por enviarlo un mes y medio a los montes de Lessinia, donde Aldo recuperó las fuerzas. Así que, después del cuarto año de teología, fue admitido a la ordenación y el obispo de Lucca lo ordenó en Carraia el 19 de septiembre de 1959.
“Agradecí al Señor – escribe el P. Aldo – por el P. Antonio Todesco, porque supe que había sido él quien organizó todo con mi obispo de Rovigo, Mons. Mazzocco, para que yo fuese ordenado sacerdote antes del noviciado pues consideraba que fuera bueno para mí hacer el noviciado ya como sacerdote. En el noviciado tuve dos padres maestros y ambos dieron un parecer positivo sobre mí”.
Terminado el noviciado, el P. Aldo hizo su primera profesión religiosa y recibió la carta que lo destinaba a Portugal. El 13 de octubre de 1961, luego de una visita a Fátima, se dirigió a Faleiro, su destino y “lugar al cual ató el corazón”.
Desafortunadamente, la vida del P. Aldo estuvo condicionada por sus problemas de salud. Alternaba periodos de trabajo intenso, en los que daba todo de sí, sin descanso; a los momentos de euforia exagerada seguían periodos de inesperado y grande agotamiento. En Faleiro, por ejemplo, cuenta él mismo: “Verdaderamente no necesitaba ser estimulado para realizar el trabajo; necesitaba más bien ser frenado para no vaciarme y dar vueltas sin sentido. Para ir a la zona de mayor esfuerzo, es decir en la región montañosa de ‘Tras os Montes’, tenía que pasar cuatro valles hasta la frontera con la Galicia española recorriendo más de trecientos kilómetros… Debería haber sido consciente de mis límites y hacer sólo lo indispensable para el mantenimiento de la casa y todo habría marchado bien”.
Mientras tanto, fue destinado a Mozambique, pero en lugar de prepararse para la partida, como siempre, siguió botándose en cuerpo y alma en sus compromisos. Así que siempre se encontraba agotado debido al exceso de trabajo hasta que una vez, en plena noche, los hermanos de comunidad tuvieron que llamar a una ambulancia para llevarlo al hospital. Después de quince días, habiéndose recuperado suficientemente, fue enviado a Italia. “Apenas regresé a Italia de Portugal estaba todo eufórico pensando que todo había terminado”.
El P. Aldo fue enviado a formar parte de la comunidad comboniana de Thiene (Vicenza). Luego de un primer periodo de “estacionamiento”, el superior consideró oportuno darle una posibilidad para reiniciar enviándolo a hacer días misionales. Recorría – con nieve, neblina, agua o sereno – las diócesis de Padua, Módena, Boloña, Vicenza y Belluno, buscando nuevos empeños. Todo procedía bien y era estimado por los hermanos.
A un cierto punto, el P. Gaetano Briani, Superior General, viéndolo reestablecido, lo invitó de nuevo a ir a Mozambique… Pero nuevamente fue hospitalizado por veinticuatro días. El provincial, quien asumió la responsabilidad de que saliera firmando el registro, le dijo que ya no formaría parte de la comunidad de Thiene sino de la Casa Madre de Verona.
Posteriormente fue enviado a Milán, donde se puso en contacto con Mons. Rossi, el obispo de los empleados sanitarios y fue asignado al reparto de maternidad del hospital Mangiagalli. Allí, en el Aula Magna, empezó a tener encuentros con el personal sanitario, también los auxiliares y el personal de la cocina, con ocasión de las fiestas de Navidad y Pascua, siguiendo los temas del documento conciliar Gaudium et spes. La iniciativa obtuvo buenos resultados.
“De 1990 en adelante – escribe – arriba y abajo, dentro y fuera del hospital de Borgo Trento en Verona. Encontrar el equilibrio con las medicinas no era fácil y las oscilaciones daban la sensación del movimiento del péndulo. Pero poco a poco el movimiento fue deteniéndose”.
En 1994 obtuvo la invalidez civil. Desde ese periodo estuvo relativamente bien, sometiéndose a regulares acertamientos médicos y manteniéndose en buen equilibrio. Murió en Verona, donde transcurrió 24 años, el 3 de febrero del 2015.
Concluimos esta breve biografía con sus palabras, escritas al final de su memoria autobiográfica: “Volviendo la mirada a mi vida de misionero bajo el peso de la cruz de la enfermedad, siento que he caminado por el camino del Calvario con Jesús y haber sido misionero. También ésta es misión, yo diría que Misión con ‘m’ mayúscula”.