Nacido el 3 de enero de 1928 en Cepões (Viseu), tuvo una larga vida y volvió a la casa del Padre después de vivir más de 96 años dedicado a su vocación y misión.
El Hermano António fue el primer misionero comboniano portugués. Nació en una pequeña aldea a pocos kilómetros de Viseu. Como todos los jóvenes de la época, había cursado los tres primeros años de la enseñanza primaria en su aldea y terminó los dos últimos sólo algunos años más tarde, en Oeiras, en 1960-1961. Ya de niño ayudaba a sus padres en las labores del campo.
Al final del servicio militar (1949-1950), conoció casualmente al padre Angelo La Salandra, promotor vocacional de la época, quien, mirándolo durante el rezo del rosario, le preguntó a bocajarro: «¿Te gustaría ser misionero?». António respondió: «Pero a esta edad, y sin haber estudiado, ¿puedo ser misionero?». Imperturbable, el padre Angelo le respondió que era un poco tarde para ser sacerdote, pero que podía ser Hermano misionero: «En las misiones necesitamos padres y Hermanos para hacer posible la venida del Reino de Dios».
Estas palabras del padre Angelo no dejaron de martillear en la cabeza de António hasta que, en febrero de 1952, inició su camino vocacional. Tras un breve período de postulantado, marchó al noviciado de Gozzano (Italia), donde emitió su primera profesión religiosa el 9 de septiembre de 1954. De regreso a Portugal, fue destinado a la comunidad de Viseu, donde permaneció hasta 1960 como ecónomo y administrador de la granja.
En septiembre de 1954, ingresé yo también en el seminario de Viseu, aún en construcción, pero ya capaz de acoger a casi un centenar de seminaristas. En los cinco años que pasé en Viseu (1954-1959), aunque los seminaristas tenían más contacto con los prefectos, el vicerrector y el rector, recuerdo bien la figura del Hermano António, con su venerable barba, siempre ocupado en los trabajos de la granja, podando árboles, vendimiando uvas y haciendo vino, o cuidando animales en los gallineros y corrales. Este fue el campo en el que el Hermano António se hizo cada vez más experto a lo largo de su vida.
En 1962 fue enviado a Mozambique, diócesis de Nampula, donde permaneció hasta 1969. Después de algunos meses, pasados en Portugal, volvió a Mozambique en 1970, donde permaneció seis años, destinado a diferentes misiones, trabajando siempre, con gran dedicación, en trabajos serviles, pero con la preocupación de preparar a sus colaboradores para que pudieran mantener a sus familias y llevar adelante sus negocios.
En 1976 regresó a Portugal, destinado a la comunidad de Santarém, donde estaba el noviciado. El maestro de novicios era el padre Carmelo Casile, que envió su testimonio, que caracteriza muy bien la figura del hermano António. El padre Carmelo lo describe como un hombre de oración, fiel a su vocación, serio ante la vida, altruista, preocupado más por los demás que por sí mismo, un gran trabajador: «una persona comunitaria, humilde y auténtica, que sabía comunicar los valores de la vida misionera con la fidelidad al deber y el esmero con que lo hacía todo».
Los años en que fui Superior Provincial (1978-1984) coincidieron con la estancia del Hermano António en el noviciado. Cuando llegaba el momento de evaluar a los novicios para la admisión a los primeros votos, me reunía con el maestro de novicios, su socius [ayudante del padre maestro, ed.] y la comunidad. Recuerdo que daba mucha importancia al juicio del Hermano Antonio, y cuando se le pedía su opinión, respondía con sencillez y humildad, normalmente después de una breve pausa para reflexionar. A veces expresaba una opinión negativa, pero casi siempre tenía razón: su juicio se basaba en la autenticidad, la alegría y el entusiasmo por la vocación misionera, el amor y el apego a la comunidad y a sus bienes, valores todos ellos que sabía discernir en su vida cotidiana con los novicios y que a veces no eran percibidos por los dos formadores.
Tras los años pasados en Portugal, comenzaron para el Hermano António dos largas estancias en Brasil (1984-1993 y 1997-2009), siempre en la parroquia de Pastos Bons, diócesis de Balsas, donde se ganó una profunda admiración y estima de la gente.
En 2009, a la edad de 85 años, aceptó volver a Portugal y pasó los últimos años de su vida en la comunidad de Viseu, donde, a pesar de su avanzada edad, siguió trabajando para proporcionar a la comunidad las verduras que cultivaba en nuestras tierras. Para hacerle feliz, se construyó un pequeño invernadero donde, incluso en invierno, podíamos conseguir algunas verduras para poner en la mesa.
Con el paso del tiempo, sus fuerzas empezaron a flaquear y los últimos años fueron bastante dolorosos para él. Fue hospitalizado varias veces. Su último ingreso en el hospital de Viseu fue en la última semana de julio de 2024. Allí falleció la noche del 29 de julio. El cuerpo fue llevado a la capilla de nuestra comunidad.
Al día siguiente, a las 11 de la mañana, tuvo lugar una celebración eucarística presidida por el obispo de la diócesis, Mons. António Luciano, en presencia de numerosos misioneros de nuestras comunidades, hermanos de vacaciones de la misión, familiares del Hermano António y muchos fieles. Por la tarde, se celebraron los funerales en Cepões, su pueblo natal, donde fue enterrado. (Padre Manuel Ferreira Horta, mccj)