Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús – La esperanza es un corazón traspasado

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Viernes, 27 de junio 2025
«En la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús de este año, queremos hacernos “peregrinos de la esperanza”: un título que resume el corazón de nuestra vocación comboniana. El Corazón de Jesús –del que nos enorgullecemos de ser “hijos”– nos habla de un amor que es a la vez don gratuito y fuerza dinámica, capaz de transformar nuestra vida y nuestras comunidades.» (El Consejo General)

La esperanza es un corazón traspasado

El mundo puede cambiar desde el corazón
«Nuestras comunidades sólo desde el corazón lograrán unir sus inteligencias y voluntades diversas y pacificarlas para que el Espíritu nos guíe como red de hermanos, ya que pacificar también es tarea del corazón. El Corazón de Cristo es éxtasis, es salida, es donación, es encuentro. En él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social.» (Dilexit nos, 28).

Queridos hermanos,
En la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús de este año, queremos hacernos “peregrinos de la esperanza”: un título que resume el corazón de nuestra vocación comboniana. El Corazón de Jesús –del que nos enorgullecemos de ser “hijos”– nos habla de un amor que es a la vez don gratuito y fuerza dinámica, capaz de transformar nuestra vida y nuestras comunidades.

La Palabra de Dios nos dice que el amor de Dios es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rom 5,5). La esperanza –que es también el mensaje central del Jubileo 2025– nace del amor y se basa en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la Cruz: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rom 5,10).

Es este amor el que nos hace misioneros: no una opción externa, sino una fuerza interior que sostiene nuestro servicio. Estamos llamados a tomarnos a pecho el sufrimiento de los demás, a compartir el pan de la esperanza con los pobres, los enfermos, los excluidos. Cuando el mundo parece abrumado por la guerra, la injusticia, el cambio climático o la indiferencia, el Corazón de Jesús nos recuerda que la verdadera revolución parte del corazón de los que creen.

San Daniel Comboni vio en el Corazón traspasado de Cristo la fuente de su compromiso por África. En la «llama divina» que calienta el corazón del apóstol encontramos el modelo del misionero: humilde en acoger la guía del Espíritu, valiente en proponer la Buena Nueva, generoso en dejar todo «miserable interés humano» para abrazar a toda la humanidad y hacer «causa común» con toda persona marginada (cf. Escritos, 2742-2753).

Ser “peregrinos de la esperanza” no es un título de apariencia, sino un camino permanente. La esperanza que no quedará defraudada (cf. Rm 5,5) se renueva cada día en la mirada de quien encuentra al Señor en los hermanos. Incluso en las grandes crisis –guerras que no terminan, hambre, migraciones forzosas, crisis medioambiental– podemos cultivar ternura, construir puentes, acoger al otro como un don.

Los símbolos del agua y de la sangre que brotan del costado de Cristo (Jn 19,34) recuerdan el Bautismo y la Eucaristía, los sacramentos que dan forma a la Iglesia. De este Corazón traspasado nace una más amplia familia a la que estamos unidos. En el misterio pascual encontramos la fuerza para renovar nuestro compromiso: «El que tenga sed, que venga a mí y beba... de su seno brotarán manantiales de agua viva» (Jn 7,37-39).

Como Santo Tomás, que al tocar las llagas de Cristo exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28), también nosotros estamos llamados a ir más allá de nuestra capacidad humana. La debilidad se convierte en fuerza cuando es atravesada por el amor redentor. Esta experiencia kerigmática –primera, única y fundante– es la raíz del anuncio comboniano.

Vivimos en una época marcada por las divisiones y los miedos. Crecen los nacionalismos, se construyen muros, se criminaliza a los emigrantes. Sin embargo, el Corazón de Jesús nos enseña a tejer lazos fraternos, a reconocer la dignidad de cada persona y a cuidar la creación. Esto no es una utopía: es el camino concreto de la caridad que transforma.

Este Corazón no es un concepto abstracto, sino una realidad que hay que vivir. Nos invita a opciones radicales en favor de los «más pobres y abandonados», a la corresponsabilidad, a una fraternidad que se convierte en signo de una nueva humanidad. Cada gesto de acogida, cada proyecto de desarrollo integral, cada oración de intercesión parte de ese Corazón y vuelve a él.

Dejémonos guiar por las “razones de esperanza” que brotan del Corazón de Jesús para aceptar con confianza la tarea de “peregrinos de la esperanza”, capaces de vivir el futuro como promesa y de realizarlo como nueva fraternidad.

El gran poeta y ensayista francés Charles Péguy escribió: «La fe que amo más –dice Dios– es la esperanza. La esperanza es desacostumbrarse... no caer en la costumbre». Estamos llamados a mantener vivo el asombro, a no dar por sentado el camino de la fe. Animadas por el Espíritu, nuestras comunidades se convierten en lugares de renacimiento, donde cada uno encuentra un nuevo sentido a su vida. Nuestra esperanza está en el Corazón de Jesús. De Él aprendemos a construir relaciones sanas y felices, y a contribuir al nacimiento de un Reino de amor y justicia.

Queridos hermanos, el Corazón de Jesús es fuente inagotable de amor y de esperanza. Seamos sus custodios, testigos y trabajadores incansables. Que esta fiesta reavive en nosotros el deseo de ser peregrinos de esperanza, capaces de construir la fraternidad y la justicia, hasta que podamos celebrar juntos el banquete del Reino.

¡Feliz fiesta del Sagrado Corazón!
Unidos en la oración y el servicio,

El Consejo General

Roma, 1 de junio de 2025,
158º Aniversario de la Fundación del Instituto